HISTORIA DE LA NACION CARAÍBA
Mar Mar 06 2012, 21:37 por Egho
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HISTORIA DE LA NACION CARAÍBA
PROLOGO
En este trabajo encarado con la seriedad que amerita toda historia y conclusiones propias fundamentadas en el análisis de documentación histórica, …
PROLOGO
En este trabajo encarado con la seriedad que amerita toda historia y conclusiones propias fundamentadas en el análisis de documentación histórica, …
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FALACIAS DE LA HISTORIA (I); YATASTO
Miér Jun 27 2012, 03:43 por Egho
Con este articulo prosigo en este nuevo foro la serie de falacias historicas inciadas en el viejo barco.
Espero que dentro de los próximos cinco siglos algún inquieto investigador nos "descubra" …
Espero que dentro de los próximos cinco siglos algún inquieto investigador nos "descubra" …
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A 203 AÑOS DE LA REVOLUCION FRUSTADA
Jue Mayo 30 2013, 02:15 por Egho
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Los 25 de Mayo, los criollos –en realidad los habitantes de Buenos Aires - festejan –yo no, pese a ser criollo- ese dia como el de la ruptura definitiva con los débiles lazos que nos …
Los 25 de Mayo, los criollos –en realidad los habitantes de Buenos Aires - festejan –yo no, pese a ser criollo- ese dia como el de la ruptura definitiva con los débiles lazos que nos …
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CORRUPCION SE ESCRIBE CON K
Jue Mayo 30 2013, 01:58 por Egho
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El sábado pasado, muchísimos idiotas útiles, alguno engañados y unos cuantos mafiosos festejaron los diez años de la “era” “K” ; 25 DE MAYO DE 2003- 25 DE MAYO DE 2013.-
Un gran …
Un gran …
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FALACIAS DE LA HISTORIA (IV)
Miér Jun 27 2012, 06:22 por Egho
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FALACIA DE LA HISTORIA IV
CARNE DE CAÑON
¿Podremos Llegar a Viejos? [SEPA/Diario El Peso] –(Edicion del 18/04/2011)
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FALACIA DE LA HISTORIA IV
CARNE DE CAÑON
¿Podremos Llegar a Viejos? [SEPA/Diario El Peso] –(Edicion del 18/04/2011)
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MITOS E HISTORIAS DE AYER
:: AGORA :: CULTURA AMERICANA
Página 1 de 1.
15042011
MITOS E HISTORIAS DE AYER
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INTRODUCCION
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INTRODUCCION
En este sector se publicaran artículos cortos de la época de la “colonización” de America poco difundidos en nuestro medio, en general por carecer de un valor preponderante desde el punto de vista histórico, pero que no ha dejado por ello de ser historia.
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Última edición por Egho el Vie Nov 11 2011, 15:26, editado 5 veces
Egho- Mensajes : 301
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Localización : RIO DE LA PLATA
MITOS E HISTORIAS DE AYER :: Comentarios
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Leyendas del Río de la Plata.
Los hombres GUALANCHOS, con patas de avestruz.
Griegos y romanos, habían poblado de maravillas el mundo, con sirenas en los mares y gigantes en los montes; y los mercaderes y misioneros que viajaban hacia el Oriente, en la Edad Media, no sólo confirmaron la existencia de tales maravillas en las apartadas regiones que recorrían, sino que descubrieron otros mayores prodigios; hombres sin cabeza o con cabeza de perro que ladraban en vez de hablar, con un solo ojo en la frente, como el gigante Polifemo, o con un solo ojo en el vientre: y aún hombres marinos que, como las sirenas, vivían en las misteriosas profundidades del mar. Según esos relatos, había regiones donde algunas aves, como las hojas, nacían de ciertos árboles o donde las yeguas, se fecundaban con el viento.
Todo este desconcertante mundo poblado de maravillas, se conservó luego, en el texto de los relatos impresos por las primeras imprentas europeas.
En la Biblioteca Nacional de Madrid, se conservan el "Libro de las maravillas del mundo", de Juan Mandeville, cuya tapa, ilustrada por cuatro viñetas, representa respectivamente, un hombre con una sola pierna y un pie descomunal, otro con cabeza de perro, otro sin cabeza y la cara en el pecho y, el último, con orejas tan desmesuradas que, como dice un texto antiguo, "parecen mangas de tabardo con las cuales se cubre todo el cuerpo y tiene la boca redonda como una escudilla". Este ejemplar, perteneció al ilustre y erudito don Pascual de Gayangos, quien anota y firma la siguiente advertencia bibliográfica: "Hay otra edición anterior de Jorge Castilla, de 1521 a folio y otra, agrega, de Juan navarro de 1510. La mencionada por Barcia, como del año 1515, también de Valencia, ni he llegado a ver. Esta edición se hizo en 1524, el 13 de octubre".
En 1573, se editó en Sevilla, por el impresor Alonso Escribano, con taller en la famosa calle de la Sierpe, otro libro titulado: "De las cosas maravillosas del mundo", traducido por Christóbal de las Casas. Este libro, editado con privilegio y licencia de su majestad, y a costa de Andrea Posmi, fue escrito por Casio lulius Solino, quien afirma que existen en ciertas apartadas regiones del mundo, hombres "que tienen las plantas de los pies, vueltas al contrario".
Estas descripciones y estos libros que dan fe, por la letra impresa, de su verdad, circulaban pues en España en la época del descubrimiento y población del Río de la Plata y aún, pocos años antes, el mismo Colón afirmaba haber visto sirenas en el mar, aunque una de las mayores sorpresas que tuvieron sus tripulantes, al pisar estas Indias de Occidente, fue el no encontrar hombres monstruosos. El mismo lo dice en una de sus cartas:
"En estas islas hasta aquí, no he hallado hombres monstruosos como muchos pensaban; mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento. Así que monstruos no he hallado".
Sin embargo, los tripulantes que llegaron con Sebastián Gaboto, a la desembocadura del Carcarañá, creyeron encontrarse en la tierra donde, según los antiguos relatos, existían hombres con las piernas al revés, con las rodillas hacia atrás, como los avestruces, que les permitían correr con tal velocidad, que alcanzaban en su carrera a los venados.
En los relatos de Solino, editado en España, en la época de la fundación de Sancti Spíritu por Gaboto, se afirmaba que en las ardientes regiones de Etiopía, habitaban los trigloditas y los ictiófagos y que los trigloditas eran tan ligeros en su carrera, que perseguían a pie, la caza de los animales más veloces. "Los trigloditas, dice, son de tan grande ligereza, que algunos corriendo, alcanzan a pie las fieras que persiguen: y en el monte llamado Nilo, agrega el mismo relato de Solino, habitan otros hombres que tienen las plantas de los pies, vueltas al contrario.
Uno de los compañeros de Gaboto, Luis Ramírez, desde San Salvador, el puerto ubicado en la actual República Oriental del Uruguay, en el año 1521, escribe una carta a sus parientes de España y, en ellas, les cuenta que mientras trajinaba en la desembocadura del Carcarañá, en la fundación del fuerte Sancti Spírirtu, llegó, dice, una gente de campo que dicen querandíes, gente tan ligera -agrega- que alcanzan un venado a la carrera y que al informarles de las características de la tierra y de la gente que la poblaba, hablaban de una generación que de la rodilla para abajo, tenían patas de avestruz, completamente extrañas a nuestra natura, aclara.
Los indios que informaban a los tripulantes de la expedición de Gaboto, se referían a ciertas "generaciones" que llamaban los avestruces, precisamente, por su velocidad en la carrera, y los españoles tomaron ese apodo en el estricto sentido del nombre, como hombres con las rodillas al revés, como los avestruces.
Los matacos, llamaban a los tobas "huanjloi", es decir, avestruces y los mataguayos, les llamaban "gualang", derivado de "huanjloi". De ahí fue que Lafonte Quevedo en su "Discurso preliminar" al "Arte de la lengua toba", de Alonso de Barzana, relaciona estos indios con los "juries o suries", que en lengua quechua tienen el mismo significado: avestruces.
Ruiz Díaz de Guzmán, que escribió la primera historia del Río de la Plata, en el Siglo XVII, da el nombre de "gualachos" a las tribus que se encuentran en el actual territorio de Santa Fe, nombre evidentemente derivado de "gualang", avestruz o avestruces, según los matacos; y otro autor, monseñor Pablo Cabrera, dice que este apodo se aplicaba colectivamente a varias "naciones" de indios muy veloces con la carrera, entre lo que se encuentran los "juries o suries", cuyo nombre tiene igual significado.
Los descendientes de indios mocobí, ya muy mestizados, desde luego, que viven en la zona de Cayastá, donde se han exhumado las ruinas de Santa Fe la Vieja, aún hablan de los indios con las rodillas al revés, o con patas de avestruz, al referirse a su condición de indios corredores.
De ahí, que los hombres que vinieron al Río de la Plata en las primeras exploraciones, creyeron que en estas tierras apartadas e ignotas, se repetían las mismas maravillas que se mencionaban en la antigüedad, conservadas a través de los relatos verbales y aún en los libros impresos, como lo creyó Luis Ramírez, el compañero de Gaboto, al oír a orillas del Carcarañá, que por allí andaban algunos hombres con patas de avestruz que confirmaban la existencia de las maravillas del mundo que decía Solino.
Fuentes; “Historia del Rio de la Plata” (Ruy Diaz de Guzman), “De las cosas maravillosas del-
mundo” (Casio Lulius Solino), “Libro de las maravillas del mundo” (Juan Mandeville), "La Capital".
Leyendas del Río de la Plata.
Los hombres GUALANCHOS, con patas de avestruz.
Griegos y romanos, habían poblado de maravillas el mundo, con sirenas en los mares y gigantes en los montes; y los mercaderes y misioneros que viajaban hacia el Oriente, en la Edad Media, no sólo confirmaron la existencia de tales maravillas en las apartadas regiones que recorrían, sino que descubrieron otros mayores prodigios; hombres sin cabeza o con cabeza de perro que ladraban en vez de hablar, con un solo ojo en la frente, como el gigante Polifemo, o con un solo ojo en el vientre: y aún hombres marinos que, como las sirenas, vivían en las misteriosas profundidades del mar. Según esos relatos, había regiones donde algunas aves, como las hojas, nacían de ciertos árboles o donde las yeguas, se fecundaban con el viento.
Todo este desconcertante mundo poblado de maravillas, se conservó luego, en el texto de los relatos impresos por las primeras imprentas europeas.
En la Biblioteca Nacional de Madrid, se conservan el "Libro de las maravillas del mundo", de Juan Mandeville, cuya tapa, ilustrada por cuatro viñetas, representa respectivamente, un hombre con una sola pierna y un pie descomunal, otro con cabeza de perro, otro sin cabeza y la cara en el pecho y, el último, con orejas tan desmesuradas que, como dice un texto antiguo, "parecen mangas de tabardo con las cuales se cubre todo el cuerpo y tiene la boca redonda como una escudilla". Este ejemplar, perteneció al ilustre y erudito don Pascual de Gayangos, quien anota y firma la siguiente advertencia bibliográfica: "Hay otra edición anterior de Jorge Castilla, de 1521 a folio y otra, agrega, de Juan navarro de 1510. La mencionada por Barcia, como del año 1515, también de Valencia, ni he llegado a ver. Esta edición se hizo en 1524, el 13 de octubre".
En 1573, se editó en Sevilla, por el impresor Alonso Escribano, con taller en la famosa calle de la Sierpe, otro libro titulado: "De las cosas maravillosas del mundo", traducido por Christóbal de las Casas. Este libro, editado con privilegio y licencia de su majestad, y a costa de Andrea Posmi, fue escrito por Casio lulius Solino, quien afirma que existen en ciertas apartadas regiones del mundo, hombres "que tienen las plantas de los pies, vueltas al contrario".
Estas descripciones y estos libros que dan fe, por la letra impresa, de su verdad, circulaban pues en España en la época del descubrimiento y población del Río de la Plata y aún, pocos años antes, el mismo Colón afirmaba haber visto sirenas en el mar, aunque una de las mayores sorpresas que tuvieron sus tripulantes, al pisar estas Indias de Occidente, fue el no encontrar hombres monstruosos. El mismo lo dice en una de sus cartas:
"En estas islas hasta aquí, no he hallado hombres monstruosos como muchos pensaban; mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento. Así que monstruos no he hallado".
Sin embargo, los tripulantes que llegaron con Sebastián Gaboto, a la desembocadura del Carcarañá, creyeron encontrarse en la tierra donde, según los antiguos relatos, existían hombres con las piernas al revés, con las rodillas hacia atrás, como los avestruces, que les permitían correr con tal velocidad, que alcanzaban en su carrera a los venados.
En los relatos de Solino, editado en España, en la época de la fundación de Sancti Spíritu por Gaboto, se afirmaba que en las ardientes regiones de Etiopía, habitaban los trigloditas y los ictiófagos y que los trigloditas eran tan ligeros en su carrera, que perseguían a pie, la caza de los animales más veloces. "Los trigloditas, dice, son de tan grande ligereza, que algunos corriendo, alcanzan a pie las fieras que persiguen: y en el monte llamado Nilo, agrega el mismo relato de Solino, habitan otros hombres que tienen las plantas de los pies, vueltas al contrario.
Uno de los compañeros de Gaboto, Luis Ramírez, desde San Salvador, el puerto ubicado en la actual República Oriental del Uruguay, en el año 1521, escribe una carta a sus parientes de España y, en ellas, les cuenta que mientras trajinaba en la desembocadura del Carcarañá, en la fundación del fuerte Sancti Spírirtu, llegó, dice, una gente de campo que dicen querandíes, gente tan ligera -agrega- que alcanzan un venado a la carrera y que al informarles de las características de la tierra y de la gente que la poblaba, hablaban de una generación que de la rodilla para abajo, tenían patas de avestruz, completamente extrañas a nuestra natura, aclara.
Los indios que informaban a los tripulantes de la expedición de Gaboto, se referían a ciertas "generaciones" que llamaban los avestruces, precisamente, por su velocidad en la carrera, y los españoles tomaron ese apodo en el estricto sentido del nombre, como hombres con las rodillas al revés, como los avestruces.
Los matacos, llamaban a los tobas "huanjloi", es decir, avestruces y los mataguayos, les llamaban "gualang", derivado de "huanjloi". De ahí fue que Lafonte Quevedo en su "Discurso preliminar" al "Arte de la lengua toba", de Alonso de Barzana, relaciona estos indios con los "juries o suries", que en lengua quechua tienen el mismo significado: avestruces.
Ruiz Díaz de Guzmán, que escribió la primera historia del Río de la Plata, en el Siglo XVII, da el nombre de "gualachos" a las tribus que se encuentran en el actual territorio de Santa Fe, nombre evidentemente derivado de "gualang", avestruz o avestruces, según los matacos; y otro autor, monseñor Pablo Cabrera, dice que este apodo se aplicaba colectivamente a varias "naciones" de indios muy veloces con la carrera, entre lo que se encuentran los "juries o suries", cuyo nombre tiene igual significado.
Los descendientes de indios mocobí, ya muy mestizados, desde luego, que viven en la zona de Cayastá, donde se han exhumado las ruinas de Santa Fe la Vieja, aún hablan de los indios con las rodillas al revés, o con patas de avestruz, al referirse a su condición de indios corredores.
De ahí, que los hombres que vinieron al Río de la Plata en las primeras exploraciones, creyeron que en estas tierras apartadas e ignotas, se repetían las mismas maravillas que se mencionaban en la antigüedad, conservadas a través de los relatos verbales y aún en los libros impresos, como lo creyó Luis Ramírez, el compañero de Gaboto, al oír a orillas del Carcarañá, que por allí andaban algunos hombres con patas de avestruz que confirmaban la existencia de las maravillas del mundo que decía Solino.
Fuentes; “Historia del Rio de la Plata” (Ruy Diaz de Guzman), “De las cosas maravillosas del-
mundo” (Casio Lulius Solino), “Libro de las maravillas del mundo” (Juan Mandeville), "La Capital".
Última edición por Egho el Sáb Oct 15 2011, 06:02, editado 1 vez
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Mujeres de España en el Río de la Plata
En los muelles del Guadalquivir, entre marineros que cantan y tañen canciones con dejos de antiguas aljamas de moros y judíos, algunos armadores venidos del Levante, divagaban sobre las nuevas derrotas y arrumbamientos de las flotas.
En el Colegio de los Cómitres de Sevilla, pilotos versados en la cosmografía y en el arte de marear, expertos en el manejo de astrolabios, armellas, cuadrantes y relojes, discurren sobre las maravillas del globo celeste, los siete planetas y las constelaciones del zodíaco, los eclipses del sol y la luna y aquel desconcertante apartamento de la estrella al paso de la línea del Ecuador.
Los cosmógrafos, en hojas de pergamino enrejadas de paralelos y meridianos concertados con las longitudes tomadas, según los cálculos echados por las señales celestes desde el meridiano de Toledo, trazaban los nuevos derroteros que llevaban a las más remotas tierras de las más diversas plagas o climas que diera imaginarse, según lo atestiguaban las minuciosas descripciones corográficas.
En las gradas de Sevma se congregaba a diario, un abigarrado gentío bajado desde todos los rincones de España.
Antiguos mayorazgos venidos a menos, caballeros de hábito con sus puntos y ribetes de soberbia y arrogancia; escuderos hijosdalgos, altaneros y despectivos; licenciados sobrados de lengua que adobaban sus pláticas con aforismos y sentencias latinas; soldados que alardeaban de batallas ganadas y descomunales encuentros que decoraban su vida aventurera; gente moza, afanada en librarse de la escasez y pobreza hogareña: y entre truhanes y tahúres, cofrades de monipodios y huéspedes de mazmorras y calabozos, algún antiguo galeote desorejado por la justicia.
Ya se iba perdiendo, poco a poco, aquel temor de la gente de mar a la espantable influencia del signo de Saturno, que los astrólogos ubicaban en el séptimo cielo, desde donde decían que causaba los grandes fríos y la nieve que provocaba la muerte a los que osaban aventurarse en las aguas del Mar Tenebroso, que bañaba las playas de los antípodas.
Con todo, lo decía la intencionada y socarrona copla, era aún muestra de hombría y de coraje desafiar la inmensidad y bravura del océano.
Don Juan se quiere embarcar,
Las damas dicen que yerra:
Que el que no es hombre en la tierra,
Menos lo será en el mar.
Las flotas sólo habían llevado hombres a bordo. En las galeras, ni al capitán le era dado embarcar a su propia mujer.
Don Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, predicador y cronista del consejo de su majestad, en su tratado sobre "El Arte de Marear y de los Inventores, publicado a mediados del Siglo XVII, dice que; "es privilegio de galeras que ni el capitán, ni el cómitre, ni el patrón ni el piloto, ni el remero ni pasajero alguno, puedan tener ni guardar ni esconder alguna mujer suya ni ajena, casada ni soltera, sino que la tal, de todos los de la galera ha de ser vista y conocida, y aún de más de dos servida: y como las que allí se atreven ir son más amigas de caridad que de castidad, a las veces acontece que habiéndola traído algún mezquino a su costa, ella hace placer a muchos de la galera".
El 22 de septiembre de 1525, en las instrucciones de Carlos V a Gaboto, se establece una cláusula expresa sobre esta prohibición.
La primera vez que se embarcaron mujeres de España para el Río de La Plata, fue en esta expedición de don Pedro de Mendoza, caballero de Alcántara, emparentado con grandes de España y validos de la corte, a quien acompañaban más de treinta mayorazgos y algunos comendadores de San Juan y de Santiago en 16 naves bien provistas y abastecidas.
En los largos y tediosos días de las calmas del trópico en que los barcos parecían suspendidos en un inmenso mar de aceite, con el velamen caído y fláccido entre las jarcias, este pequeño grupo de mujeres de la expedición, cantaba y bailaba para Osorio, el joven capitán en quien don Pedro de Mendoza habla puesto toda su confianza y al que seguían y admiraban los tripulantes y soldados por su extraordinaria simpatía y su coraje.
No sería aventurado pensar que esta adhesión femenina motivo de celos, que despertó entre algunos capitanes allegados al Adelantado lo que movió la terrible y solapada máquina de intrigas que llevó a don Pedro de Mendoza, a dictar contra él cruel sentencia de muerte que le dejó apuñalado por la espalda y tirado en las playas del Brasil, con un letrero infamante que le motejaba de traidor y aleve.
Entre estas mujeres, venía doña Isabel de Guevara, casada con Pedro de Esquivel, caballero de Sevilla, quien en una carta que escribe a la princesa gobernadora, doña Juana, describe las penurias del hambre y del asedio de la primera Buenos Aires y la parte que tocó a las mujeres de España en esos días de pesadilla y alucinación, y en el azaroso viaje aguas arriba del Paraná, en aquella huida trágica del inhóspito y arisco Río de La Plata en busca de las tierras templadas del Paraguay.
En la navegación del Paraná, fueron las mujeres que tomaron a su cargo, además, las penosas tareas de a bordo.
Así llegaron al Paraguay en dos bergantines, "los pocos que quedaron vivos", continúa doña Isabel de Guevara y las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban la comida trayendo la leña a cuestas de fuera del navío y animándolos con palabras varoniles que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos.
Con razón al considerar estos trabajos y penurias piensa doña Isabel ; "que milagrosamente quiso Dios que vivieran para ver que en ellas estaba la vida de ellos": hasta que los soldados guarecieron de sus flaquezas y comenzaron a señorear la tierra y adquirieron indios e indias de servicio hasta ponerse en estado de agora está la tierra".
Al mediar el Siglo XVI, 50 mujeres se embarcan en Guadalquivir, con rumbo al Río de la Plata y al frente de ellas, viene una mujer de un temple extraordinario, a quien Josefina Cruz ha llamado doña Mencía la Adelantada. Francisco de Becerra con doña Isabel de Contreras, su mujer, y sus hijas: Isabel y Elvira, vienen en la "San Miguel" la nave capitana. Tienen con los Sanabria una vieja y firme amistad que se prolongará y afianzará de este lado del mar en los nietos que nacerán más tarde y que los unirán en los vínculos de la sangre.
Según la capitulación por la cual se nombraba Adelantado del Río de La Plata, a don Juan de Sanabria, éste se obligaba a traer en su flota 100 mujeres, entre doncellas y casadas; pero al morir don Juan antes de que zarpara su flota, le sucede su hijo Diego, y ante las dificultades que demoran la partida de la expedición se le adelanta su madre, doña Mencía, con esas 50 mujeres.
Las expediciones que habían salido de España, habían venido a conquistar la tierra. Ahora, la expedición de mujeres que encabeza y acaudilla doña Mencía, viene a conquistar a los conquistadores, sometiéndoles a la vida hogareña que van echando en olvido en sus multiplicadas nupcias con las indias.
Han dejado para siempre los pueblos y las aldeas con sus calles empinadas y torcidas, y las plazas y los portales, donde los abuelos, en las tardes soleadas, platican sentados en bancos de piedra mientras las cigüeñas anidan en las espadañas de las iglesias bajo la gloria de un cielo azul y tranquilo; los caminos polvorientos orlados por monótonas hileras de chopos, con labriegos que vuelven de las eras al atardecer con los bieldo, al hombro, cabalgando en las ancas de jumentos peludos y cansados, y entonando canciones antiguas con sabor de leyendas: los valles al pie de las montañas, con ríos limpios que se despeñan en cascadas, donde pacen rebaños de ovejas con sus pastores trashumantes, con zampoña y callado como los pastores de Belén; y el aposento donde habían pasado toda la vida, con sus paredes enjabegadas y la ventana abierta sobre el perfumado huerto.
Pronto acabaron para ellas las galas con que las damas realzan su natural coquetería y su hermosura; los afeites, el lavar la cara con cuajares; el depilar de las cejas; las pinturas y los lunares postizos; y las unciones con óleo de pepitas de calabaza o con agua de flor de habas a la veneciana para conservar la tersura del cutis.
Corrieron así 5 años largos de penurias y sobresaltos, desde que abandonaron el puerto de Sevilla hasta que llegaron a las playas del Brasil. Soportaron heroicamente las tormentas que las arrojaron a la costa del Africa, donde salvaron por milagro de los piratas que abordaron las naves y les robaron cuanto tuvieron al alcance de la mano, para volver a emprender la travesía y llegar por fin al Brasil, y después de soportar el confinamiento a que les somete el gobernador portugués, emprenden la larga y penosa marcha a través de los montes para entrar, luego, de 200 días, al que no en vano habían llamado "Paraíso de Mahoma", señoreado por Irala.
Después de 35 años de la llegada a Asunción, de doña Mencía, Garay funda Santa Fe.
Al borde de la barranca levanta su casa solariega donde le acompañarán su mujer, doña Isabel de Becerra; su suegra, doña Isabel de Contreras y su hija, doña Gerónima, que casará luego con Hernandarias.
Su suegra, fue de las mujeres que acompañaron desde España a doña Mencía Calderón, esposa del malogrado Adelantado don Juan de Sanabria.
Diez años después, de fundada la ciudad, muere Garay a mano de los indios y su casa solariega es ahora la casa de su yerno Hernandarias.
Santa Fe, en medio de privaciones y penurias, ha ido adelante. Los primeros ranchos de paja son ahora casonas de tapia y techos de teja, con patio, traspatio y corral rodeado todos por un cerco vivo donde vienen a libar las flores silvestres, las abejas de la tierra.
Después del primer clérigo y de los primeros frailes franciscanos, vienen los frailes predicadores de Santo Domingo; luego, los jesuitas levantan la iglesia y su colegio del "Nombre de Jesús", linderos de la casa de Hernandarias: y, por último, llegan los frailes de la real y militar orden de la merced, redentores de cautivos: y junto a la barranca del río, a espaldas de la Matriz, se levanta la parroquia de San Roque, para indios y negros.
Se han plantado viñedos y elaborado el vino que se bebe en la ciudad. Feliciano Rodríguez, uno de los primeros vecinos, pues su vecindad se remota a la época de Garay, tiene un gran número de tinajas de barro para el vino que producen sus viñas y un perchel que guarda la cosecha de trigo y de maíz de su chacra vecina.
Algunas atahonas con sus mulas tahoneras, muelen el trigo: y en las pulperías, se merca el aguardiente, la miel y el tabaco, que traen balsas y garandumbas aguas abajo desde el Paraguay, y los paños de la tierra que vienen desde los telares de Santiago del Estero o de Córdoba del Tucumán, en las tropas de carreta con toldos de cuero vacuno y las pesadas y chirriantes ruedas de algarrobo.
Los mercaderes bajan desde el Perú, y en cambio de las telas y adornos femeninos, llevan de vuelta, en pago, tropas de cientos y aún de miles de vacas, recogidas en los campos de la otra banda del Paraná, o en las estancias del Salado.
Algunas damas, como las hijas de Alonso de San Miguel, van a la iglesia en sillas de mano, aunque unos años más tarde la última heredera muere en la más absoluta pobreza en casa de unos vecinos que la alojan por caridad, mientras ella en los años de su vejez, ayuda a su subsistencia tejiendo redes.
Varios vecinos tienen un buen número de negros y mulatos esclavos.
En la vajilla doméstica hay platos de plata y de cerámica talaverana y alguna porcelana traída desde Oriente por los portugueses trashumantes: y en el ajuar, telas de Ruán y sábanas de Holanda. En los dormitorios, hay cujas con pilares torneados de madera y pesadas colgaduras; en la sala un estrado y a veces, un tapiz de Turquía. las damas visten sayas de raja guarnecida, chapines valencianos y zarcillos y ahogadores de oro, de plata o de corales finos.
De aquel Alonso de San Miguel, dice que tenía todo lo que había menester así de haciendas como de adornos para sus hijos y para sus hijas.
Hubo también otros vecinos, que se consideraban ricos ante la pobreza general, de aquella ciudad a trasmano del Perú, donde en verdad, se acrecentaba la riqueza y el brillo de los linajes.
Garay con insistencia suplicaba al rey que remediara su pobreza y Hernandarias a su vez, reitera esta súplica, pero a su mujer, doña Jerónima, no le preocupan semejantes problemas.
Una especie de hado fatal parece que se ensañara en este hogar formado por los dos ilustres nietos de las heroicas mujeres que cruzaron a pie los montes del Brasil para llegar a Asunción, a formar hogares a imagen y semejanza de los clásicos hogares de España.
Una hermana de su madre, doña Elvira Becerra y Contreras, murió trágicamente a manos de su propio marido Ruy Díaz Melgarejo.
Una hermana de su marido Hernandarias, había caído cautiva de los indios. Y el propio Hernandarias, ausente casi siempre del hogar en sus empresas de conquistador, de colonizador y de gobernante, además de eso que llamaban aire perlático, manifestado en un incontenible temblor en las manos adquirido, según los médicos de la época, por el aire nauseabundo, mefítico y deletéreo de los pantanos; y además, de la hemorragia cerebral que le marcó con un rictus, que le dio el nombre de "el boca torcida", entre los bandeirantes del Brasil que le temían por su coraje y por la rectitud de su conducta, soportó la persecución y la afrenta de los procesos que le incoaron sus enemigos para marchar y torturar moralmente con ignominia al que había sido gobernante ejemplar y austero.
Después de su muerte, doña Jerónima, se enclaustra y aísla en su casa. No sale ni a ofrecer misa a la vecina iglesia de los jesuitas. Tiene un oratorio particular con su altar y los vasos y ornamentos necesarios para el incruento sacrificio, y una imagen de la inmaculada o de la purísima, como prefieren llamarla los frailes de San Francisco. Un franciscano fray Juan de San Buenaventura, es su capellán, y la asiste diariamente hasta con sus consejos en lo temporal, que al cabo de muy poco tiempo, le convierten en el verdadero administrador de sus haciendas. Interviene en todos los pleitos, transacciones y donaciones.
El escribano actúa directamente con él aunque aparece en la escritura doña Jerónima como compareciente. Indica y hace nombrar los apoderados que deben representarla en los juicios. Tiene intervención en todos los complicados asuntos relacionados con las vaquerías en los campos de la otra banda del Paraná, y en los asuntos de familia, pues sus hijas casadas con los descendientes de don Jerónimo Luis de Cabrera, viven en Córdoba de donde de tarde en tarde, llega alguno de sus nietos que vuelve arriando una tropa de vacas o bien abastecido de frutos del Paraguay, mercados en Santa Fe por la generosidad de la abuela a través de su capellán y administrador.
Así vivió por espacio de 10 años, ausente de todo lo que pasaba a su alrededor. Había cumplido más de 80 años. Las penurias y desabrimientos pasados y la acción de los años, fueron debilitando su memoria y una grave enfermedad, por añadidura, le privó para el resto de sus días de toda lucidez. No da un paso fuera de sus aposentos y de su oratorio, donde los cirios litúrgicos levantan sus llamas estremecidas en la penumbra densa de la clausura, perfumada de incienso mezclado al olor de las flores silvestres que se amustian al pie de la imagen de la virgen, tocada de una pesada corona de plata.
En un sillón frailuno de cuero tachonado de clavos, ceñida la cintura por el cordón de San Francisco, una sarta de medallas al cuelo y el rosario de gruesas cuentas de azabache entre las manos sarmentosas y trémulas, pasa sus horas muertas, la mirada apagada y perdida en el aire, asistida de negras esclavos y de indias que, desde muy niñas, vivieron a su lado.
Fray Juan de San Buenaventura, con un revuelo de estameñas va y viene por los corredores de pesados pilares de algarrobo tallado a filo de hacha: entra y sale de los cuartos; consulta viejos infolios guardados en un arcón herrado junto a un escritorio, con pequeñas gavetas secretas e incrustaciones de nácar, traído por los misioneros desde las lejanas Filipinas; da órdenes a los negros esclavos y los indios de la antigua encomienda que trajinan en los patios, mientras desde el fondo del solar, bajo el naranjal al borde de la barranca que el río inexorable socava en las crecientes, viene el canto del pesado martillo del herrero, quien golpea en la fragua que trajo Garay desde Asunción aquel lejano día de abril del año 1573, en que partió con rumbo hacia el sur, aguas abajo del Paraná, para abrir puertas a la tierra.
En el silencio de su casa solariega se apaga y extingue lentamente la vida de doña Jerónima, recatada y quieta, vestida siempre de ropas negras y lisas sin más adorno que el piadoso sartal de medallas al cuello; los ojos cansados y fijos, como en éxtasis, en la dulce imagen de la virgen unas veces y otras, en la cándida blancura del muro de tapias de su aposento. Hasta que un día, en 1649, tañen las campanas de San Francisco acompañadas del lúgubre clamoreo de las campanas de la Matriz, de los jesuitas, de Santo Domingo, de la Merced y de la parroquia de San Roque.
Doña Jerónima ha muerto. Su cuerpo, en una parihuela, llega a San Francisco seguido del guardián revestido de ornamentos de duelo, entre doble fila de clérigos y frailes que salmodian el De Profundis.
Frente al Altar Mayor, del lado del Evangelio, abren el sepulcro que guarda los restos de Hernandarias de Saavedra y a su lado depositan el cadáver de doña Jerónima amortajado con el habito franciscano.
Se acabó ya toda la pesadumbre y la angustia del pasado; la melancolía de los largos días deslizados en soledad, mientras por aquellos campos dilatados y abiertos, trillaban los primeros caminos, el casco de las cabalgaduras y las hendidas pezuñas de los bueyes uncidos al yugo de pesadas y lentas carretas.
En el sepulcro de tierra donde aguardan la trompeta del Apocalipsis, volvieron a unirse los cuerpos de los ilustres nietos de doña Mencía, mientras en el Río de La Plata, afianzada ya su conquista, las ciudades de Santa Fe, de Buenos Aires y de Córdoba del Tucumán, habían visto nacer los hogares a imagen y semejanza de los clásicos hogares españoles, que alrededor del que formaron los descendientes de las heroicas mujeres de la expedición de la adelantada, se multiplicaban y crecían, según la expresión del salmista, como renuevos de olivos.
Fuente La Capital - Ago/1977
Mujeres de España en el Río de la Plata
En los muelles del Guadalquivir, entre marineros que cantan y tañen canciones con dejos de antiguas aljamas de moros y judíos, algunos armadores venidos del Levante, divagaban sobre las nuevas derrotas y arrumbamientos de las flotas.
En el Colegio de los Cómitres de Sevilla, pilotos versados en la cosmografía y en el arte de marear, expertos en el manejo de astrolabios, armellas, cuadrantes y relojes, discurren sobre las maravillas del globo celeste, los siete planetas y las constelaciones del zodíaco, los eclipses del sol y la luna y aquel desconcertante apartamento de la estrella al paso de la línea del Ecuador.
Los cosmógrafos, en hojas de pergamino enrejadas de paralelos y meridianos concertados con las longitudes tomadas, según los cálculos echados por las señales celestes desde el meridiano de Toledo, trazaban los nuevos derroteros que llevaban a las más remotas tierras de las más diversas plagas o climas que diera imaginarse, según lo atestiguaban las minuciosas descripciones corográficas.
En las gradas de Sevma se congregaba a diario, un abigarrado gentío bajado desde todos los rincones de España.
Antiguos mayorazgos venidos a menos, caballeros de hábito con sus puntos y ribetes de soberbia y arrogancia; escuderos hijosdalgos, altaneros y despectivos; licenciados sobrados de lengua que adobaban sus pláticas con aforismos y sentencias latinas; soldados que alardeaban de batallas ganadas y descomunales encuentros que decoraban su vida aventurera; gente moza, afanada en librarse de la escasez y pobreza hogareña: y entre truhanes y tahúres, cofrades de monipodios y huéspedes de mazmorras y calabozos, algún antiguo galeote desorejado por la justicia.
Ya se iba perdiendo, poco a poco, aquel temor de la gente de mar a la espantable influencia del signo de Saturno, que los astrólogos ubicaban en el séptimo cielo, desde donde decían que causaba los grandes fríos y la nieve que provocaba la muerte a los que osaban aventurarse en las aguas del Mar Tenebroso, que bañaba las playas de los antípodas.
Con todo, lo decía la intencionada y socarrona copla, era aún muestra de hombría y de coraje desafiar la inmensidad y bravura del océano.
Don Juan se quiere embarcar,
Las damas dicen que yerra:
Que el que no es hombre en la tierra,
Menos lo será en el mar.
Las flotas sólo habían llevado hombres a bordo. En las galeras, ni al capitán le era dado embarcar a su propia mujer.
Don Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, predicador y cronista del consejo de su majestad, en su tratado sobre "El Arte de Marear y de los Inventores, publicado a mediados del Siglo XVII, dice que; "es privilegio de galeras que ni el capitán, ni el cómitre, ni el patrón ni el piloto, ni el remero ni pasajero alguno, puedan tener ni guardar ni esconder alguna mujer suya ni ajena, casada ni soltera, sino que la tal, de todos los de la galera ha de ser vista y conocida, y aún de más de dos servida: y como las que allí se atreven ir son más amigas de caridad que de castidad, a las veces acontece que habiéndola traído algún mezquino a su costa, ella hace placer a muchos de la galera".
El 22 de septiembre de 1525, en las instrucciones de Carlos V a Gaboto, se establece una cláusula expresa sobre esta prohibición.
La primera vez que se embarcaron mujeres de España para el Río de La Plata, fue en esta expedición de don Pedro de Mendoza, caballero de Alcántara, emparentado con grandes de España y validos de la corte, a quien acompañaban más de treinta mayorazgos y algunos comendadores de San Juan y de Santiago en 16 naves bien provistas y abastecidas.
En los largos y tediosos días de las calmas del trópico en que los barcos parecían suspendidos en un inmenso mar de aceite, con el velamen caído y fláccido entre las jarcias, este pequeño grupo de mujeres de la expedición, cantaba y bailaba para Osorio, el joven capitán en quien don Pedro de Mendoza habla puesto toda su confianza y al que seguían y admiraban los tripulantes y soldados por su extraordinaria simpatía y su coraje.
No sería aventurado pensar que esta adhesión femenina motivo de celos, que despertó entre algunos capitanes allegados al Adelantado lo que movió la terrible y solapada máquina de intrigas que llevó a don Pedro de Mendoza, a dictar contra él cruel sentencia de muerte que le dejó apuñalado por la espalda y tirado en las playas del Brasil, con un letrero infamante que le motejaba de traidor y aleve.
Entre estas mujeres, venía doña Isabel de Guevara, casada con Pedro de Esquivel, caballero de Sevilla, quien en una carta que escribe a la princesa gobernadora, doña Juana, describe las penurias del hambre y del asedio de la primera Buenos Aires y la parte que tocó a las mujeres de España en esos días de pesadilla y alucinación, y en el azaroso viaje aguas arriba del Paraná, en aquella huida trágica del inhóspito y arisco Río de La Plata en busca de las tierras templadas del Paraguay.
En la navegación del Paraná, fueron las mujeres que tomaron a su cargo, además, las penosas tareas de a bordo.
Así llegaron al Paraguay en dos bergantines, "los pocos que quedaron vivos", continúa doña Isabel de Guevara y las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban la comida trayendo la leña a cuestas de fuera del navío y animándolos con palabras varoniles que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos.
Con razón al considerar estos trabajos y penurias piensa doña Isabel ; "que milagrosamente quiso Dios que vivieran para ver que en ellas estaba la vida de ellos": hasta que los soldados guarecieron de sus flaquezas y comenzaron a señorear la tierra y adquirieron indios e indias de servicio hasta ponerse en estado de agora está la tierra".
Al mediar el Siglo XVI, 50 mujeres se embarcan en Guadalquivir, con rumbo al Río de la Plata y al frente de ellas, viene una mujer de un temple extraordinario, a quien Josefina Cruz ha llamado doña Mencía la Adelantada. Francisco de Becerra con doña Isabel de Contreras, su mujer, y sus hijas: Isabel y Elvira, vienen en la "San Miguel" la nave capitana. Tienen con los Sanabria una vieja y firme amistad que se prolongará y afianzará de este lado del mar en los nietos que nacerán más tarde y que los unirán en los vínculos de la sangre.
Según la capitulación por la cual se nombraba Adelantado del Río de La Plata, a don Juan de Sanabria, éste se obligaba a traer en su flota 100 mujeres, entre doncellas y casadas; pero al morir don Juan antes de que zarpara su flota, le sucede su hijo Diego, y ante las dificultades que demoran la partida de la expedición se le adelanta su madre, doña Mencía, con esas 50 mujeres.
Las expediciones que habían salido de España, habían venido a conquistar la tierra. Ahora, la expedición de mujeres que encabeza y acaudilla doña Mencía, viene a conquistar a los conquistadores, sometiéndoles a la vida hogareña que van echando en olvido en sus multiplicadas nupcias con las indias.
Han dejado para siempre los pueblos y las aldeas con sus calles empinadas y torcidas, y las plazas y los portales, donde los abuelos, en las tardes soleadas, platican sentados en bancos de piedra mientras las cigüeñas anidan en las espadañas de las iglesias bajo la gloria de un cielo azul y tranquilo; los caminos polvorientos orlados por monótonas hileras de chopos, con labriegos que vuelven de las eras al atardecer con los bieldo, al hombro, cabalgando en las ancas de jumentos peludos y cansados, y entonando canciones antiguas con sabor de leyendas: los valles al pie de las montañas, con ríos limpios que se despeñan en cascadas, donde pacen rebaños de ovejas con sus pastores trashumantes, con zampoña y callado como los pastores de Belén; y el aposento donde habían pasado toda la vida, con sus paredes enjabegadas y la ventana abierta sobre el perfumado huerto.
Pronto acabaron para ellas las galas con que las damas realzan su natural coquetería y su hermosura; los afeites, el lavar la cara con cuajares; el depilar de las cejas; las pinturas y los lunares postizos; y las unciones con óleo de pepitas de calabaza o con agua de flor de habas a la veneciana para conservar la tersura del cutis.
Corrieron así 5 años largos de penurias y sobresaltos, desde que abandonaron el puerto de Sevilla hasta que llegaron a las playas del Brasil. Soportaron heroicamente las tormentas que las arrojaron a la costa del Africa, donde salvaron por milagro de los piratas que abordaron las naves y les robaron cuanto tuvieron al alcance de la mano, para volver a emprender la travesía y llegar por fin al Brasil, y después de soportar el confinamiento a que les somete el gobernador portugués, emprenden la larga y penosa marcha a través de los montes para entrar, luego, de 200 días, al que no en vano habían llamado "Paraíso de Mahoma", señoreado por Irala.
Después de 35 años de la llegada a Asunción, de doña Mencía, Garay funda Santa Fe.
Al borde de la barranca levanta su casa solariega donde le acompañarán su mujer, doña Isabel de Becerra; su suegra, doña Isabel de Contreras y su hija, doña Gerónima, que casará luego con Hernandarias.
Su suegra, fue de las mujeres que acompañaron desde España a doña Mencía Calderón, esposa del malogrado Adelantado don Juan de Sanabria.
Diez años después, de fundada la ciudad, muere Garay a mano de los indios y su casa solariega es ahora la casa de su yerno Hernandarias.
Santa Fe, en medio de privaciones y penurias, ha ido adelante. Los primeros ranchos de paja son ahora casonas de tapia y techos de teja, con patio, traspatio y corral rodeado todos por un cerco vivo donde vienen a libar las flores silvestres, las abejas de la tierra.
Después del primer clérigo y de los primeros frailes franciscanos, vienen los frailes predicadores de Santo Domingo; luego, los jesuitas levantan la iglesia y su colegio del "Nombre de Jesús", linderos de la casa de Hernandarias: y, por último, llegan los frailes de la real y militar orden de la merced, redentores de cautivos: y junto a la barranca del río, a espaldas de la Matriz, se levanta la parroquia de San Roque, para indios y negros.
Se han plantado viñedos y elaborado el vino que se bebe en la ciudad. Feliciano Rodríguez, uno de los primeros vecinos, pues su vecindad se remota a la época de Garay, tiene un gran número de tinajas de barro para el vino que producen sus viñas y un perchel que guarda la cosecha de trigo y de maíz de su chacra vecina.
Algunas atahonas con sus mulas tahoneras, muelen el trigo: y en las pulperías, se merca el aguardiente, la miel y el tabaco, que traen balsas y garandumbas aguas abajo desde el Paraguay, y los paños de la tierra que vienen desde los telares de Santiago del Estero o de Córdoba del Tucumán, en las tropas de carreta con toldos de cuero vacuno y las pesadas y chirriantes ruedas de algarrobo.
Los mercaderes bajan desde el Perú, y en cambio de las telas y adornos femeninos, llevan de vuelta, en pago, tropas de cientos y aún de miles de vacas, recogidas en los campos de la otra banda del Paraná, o en las estancias del Salado.
Algunas damas, como las hijas de Alonso de San Miguel, van a la iglesia en sillas de mano, aunque unos años más tarde la última heredera muere en la más absoluta pobreza en casa de unos vecinos que la alojan por caridad, mientras ella en los años de su vejez, ayuda a su subsistencia tejiendo redes.
Varios vecinos tienen un buen número de negros y mulatos esclavos.
En la vajilla doméstica hay platos de plata y de cerámica talaverana y alguna porcelana traída desde Oriente por los portugueses trashumantes: y en el ajuar, telas de Ruán y sábanas de Holanda. En los dormitorios, hay cujas con pilares torneados de madera y pesadas colgaduras; en la sala un estrado y a veces, un tapiz de Turquía. las damas visten sayas de raja guarnecida, chapines valencianos y zarcillos y ahogadores de oro, de plata o de corales finos.
De aquel Alonso de San Miguel, dice que tenía todo lo que había menester así de haciendas como de adornos para sus hijos y para sus hijas.
Hubo también otros vecinos, que se consideraban ricos ante la pobreza general, de aquella ciudad a trasmano del Perú, donde en verdad, se acrecentaba la riqueza y el brillo de los linajes.
Garay con insistencia suplicaba al rey que remediara su pobreza y Hernandarias a su vez, reitera esta súplica, pero a su mujer, doña Jerónima, no le preocupan semejantes problemas.
Una especie de hado fatal parece que se ensañara en este hogar formado por los dos ilustres nietos de las heroicas mujeres que cruzaron a pie los montes del Brasil para llegar a Asunción, a formar hogares a imagen y semejanza de los clásicos hogares de España.
Una hermana de su madre, doña Elvira Becerra y Contreras, murió trágicamente a manos de su propio marido Ruy Díaz Melgarejo.
Una hermana de su marido Hernandarias, había caído cautiva de los indios. Y el propio Hernandarias, ausente casi siempre del hogar en sus empresas de conquistador, de colonizador y de gobernante, además de eso que llamaban aire perlático, manifestado en un incontenible temblor en las manos adquirido, según los médicos de la época, por el aire nauseabundo, mefítico y deletéreo de los pantanos; y además, de la hemorragia cerebral que le marcó con un rictus, que le dio el nombre de "el boca torcida", entre los bandeirantes del Brasil que le temían por su coraje y por la rectitud de su conducta, soportó la persecución y la afrenta de los procesos que le incoaron sus enemigos para marchar y torturar moralmente con ignominia al que había sido gobernante ejemplar y austero.
Después de su muerte, doña Jerónima, se enclaustra y aísla en su casa. No sale ni a ofrecer misa a la vecina iglesia de los jesuitas. Tiene un oratorio particular con su altar y los vasos y ornamentos necesarios para el incruento sacrificio, y una imagen de la inmaculada o de la purísima, como prefieren llamarla los frailes de San Francisco. Un franciscano fray Juan de San Buenaventura, es su capellán, y la asiste diariamente hasta con sus consejos en lo temporal, que al cabo de muy poco tiempo, le convierten en el verdadero administrador de sus haciendas. Interviene en todos los pleitos, transacciones y donaciones.
El escribano actúa directamente con él aunque aparece en la escritura doña Jerónima como compareciente. Indica y hace nombrar los apoderados que deben representarla en los juicios. Tiene intervención en todos los complicados asuntos relacionados con las vaquerías en los campos de la otra banda del Paraná, y en los asuntos de familia, pues sus hijas casadas con los descendientes de don Jerónimo Luis de Cabrera, viven en Córdoba de donde de tarde en tarde, llega alguno de sus nietos que vuelve arriando una tropa de vacas o bien abastecido de frutos del Paraguay, mercados en Santa Fe por la generosidad de la abuela a través de su capellán y administrador.
Así vivió por espacio de 10 años, ausente de todo lo que pasaba a su alrededor. Había cumplido más de 80 años. Las penurias y desabrimientos pasados y la acción de los años, fueron debilitando su memoria y una grave enfermedad, por añadidura, le privó para el resto de sus días de toda lucidez. No da un paso fuera de sus aposentos y de su oratorio, donde los cirios litúrgicos levantan sus llamas estremecidas en la penumbra densa de la clausura, perfumada de incienso mezclado al olor de las flores silvestres que se amustian al pie de la imagen de la virgen, tocada de una pesada corona de plata.
En un sillón frailuno de cuero tachonado de clavos, ceñida la cintura por el cordón de San Francisco, una sarta de medallas al cuelo y el rosario de gruesas cuentas de azabache entre las manos sarmentosas y trémulas, pasa sus horas muertas, la mirada apagada y perdida en el aire, asistida de negras esclavos y de indias que, desde muy niñas, vivieron a su lado.
Fray Juan de San Buenaventura, con un revuelo de estameñas va y viene por los corredores de pesados pilares de algarrobo tallado a filo de hacha: entra y sale de los cuartos; consulta viejos infolios guardados en un arcón herrado junto a un escritorio, con pequeñas gavetas secretas e incrustaciones de nácar, traído por los misioneros desde las lejanas Filipinas; da órdenes a los negros esclavos y los indios de la antigua encomienda que trajinan en los patios, mientras desde el fondo del solar, bajo el naranjal al borde de la barranca que el río inexorable socava en las crecientes, viene el canto del pesado martillo del herrero, quien golpea en la fragua que trajo Garay desde Asunción aquel lejano día de abril del año 1573, en que partió con rumbo hacia el sur, aguas abajo del Paraná, para abrir puertas a la tierra.
En el silencio de su casa solariega se apaga y extingue lentamente la vida de doña Jerónima, recatada y quieta, vestida siempre de ropas negras y lisas sin más adorno que el piadoso sartal de medallas al cuello; los ojos cansados y fijos, como en éxtasis, en la dulce imagen de la virgen unas veces y otras, en la cándida blancura del muro de tapias de su aposento. Hasta que un día, en 1649, tañen las campanas de San Francisco acompañadas del lúgubre clamoreo de las campanas de la Matriz, de los jesuitas, de Santo Domingo, de la Merced y de la parroquia de San Roque.
Doña Jerónima ha muerto. Su cuerpo, en una parihuela, llega a San Francisco seguido del guardián revestido de ornamentos de duelo, entre doble fila de clérigos y frailes que salmodian el De Profundis.
Frente al Altar Mayor, del lado del Evangelio, abren el sepulcro que guarda los restos de Hernandarias de Saavedra y a su lado depositan el cadáver de doña Jerónima amortajado con el habito franciscano.
Se acabó ya toda la pesadumbre y la angustia del pasado; la melancolía de los largos días deslizados en soledad, mientras por aquellos campos dilatados y abiertos, trillaban los primeros caminos, el casco de las cabalgaduras y las hendidas pezuñas de los bueyes uncidos al yugo de pesadas y lentas carretas.
En el sepulcro de tierra donde aguardan la trompeta del Apocalipsis, volvieron a unirse los cuerpos de los ilustres nietos de doña Mencía, mientras en el Río de La Plata, afianzada ya su conquista, las ciudades de Santa Fe, de Buenos Aires y de Córdoba del Tucumán, habían visto nacer los hogares a imagen y semejanza de los clásicos hogares españoles, que alrededor del que formaron los descendientes de las heroicas mujeres de la expedición de la adelantada, se multiplicaban y crecían, según la expresión del salmista, como renuevos de olivos.
Fuente La Capital - Ago/1977
COMENTARIO DE SILMARILLION
Historia argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata / escrita por Ruy Díaz de Guzmán, en el año de 1612
Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
Capítulo VII
De la muerte del capitán don Nuño de Lara, y su gente; y lo demás sucedido
Partido Sebastián Gaboto para España con mucho sentimiento de los que quedaban, por ser un hombre afable, de gran valor y prudencia, muy experto y práctico en la cosmografía, como de él se cuenta; luego el capitán don Nuño procuró conservar la paz que tenía con los naturales circunvecinos, en especial con los indios Timbús, gente de buena masa y voluntad; con cuyos dos principales caciques siempre la conservó, y ellos acudiendo a buena correspondencia —22→ de ordinario proveían a los españoles de comida, que como gente labradora nunca les faltaba.
Estos dos caciques eran hermanos, el uno llamado Mangoré, y el otro Siripo, mancebos ambos como de treinta a cuarenta años, valientes y expertos en la guerra, y así de todos muy temidos y respetados, y en particular el Mangoré el cual en esta ocasión se aficionó de una mujer española que estaba en la fortaleza, llamada Lucía de Miranda, casada con un Sebastián Hurtado, naturales de Écija.
A esta señora hacía este cacique muchos regalos, y socorría de comida, y ella de agradecida le hacia amoroso tratamiento; con que vino el bárbaro a aficionársele tanto, y con tan desordenado amor, que intentó de hurtarla por los medios a él posibles: y convidando a su marido, a que se fuese a entretener a su pueblo, y a recibir de él buen hospedaje y amistad, con buenas razones se negó: y visto que por aquella vía no podía salir con su intento, y la compostura, honestidad de la mujer, y recato del marido, vino a perder la paciencia con grande indignación y mortal pasión, con la que ordenó con los españoles, debajo de amistad, una alevosía y traición, pareciéndole que por este medio sucedería el negocio de manera que la pobre señora viniese a su poder: para cuyo efecto persuadió al otro cacique su hermano, que no les convenía dar la obediencia al español tan de repente, porque con estar en sus tierras, eran tan señores y resolutos en sus cosas que en pocos días le supeditarían todo, como las muestras lo decían, y si con tiempo no se prevenía este inconveniente, después cuando quisiesen no lo podrían hacer, conque quedarían sujetos a perpetua servidumbre; para cuyo efecto su parecer era, que el español fuese destruido y muerto, y asolado el fuerte, no perdonando la ocasión cuando el tiempo la ofreciese: a lo cual el hermano respondió, que cómo era posible tratar él cosa semejante contra los españoles, habiendo profesado siempre su amistad, y siendo tan aficionado a Lucía; que el de su parte no tenía intento ninguno de hacerlo, porque a más de no haber recibido del español ningún agravio, antes todo buen tratamiento y amistad, no hallaba causa para tomar las armas contra él: a lo cual el Mangoré replicó con indignación que así convenía se hiciese por el bien común, y porque era gusto suyo, a que como buen hermano debía condescender.
De tal suerte supo persuadir al hermano, que vino a, condescender con él, dejando el negocio tratado entre sí para tiempo más oportuno: el cual no mucho después se lo ofreció la fortuna conforme a su deseo, y fue: que habiendo necesidad de comida en el fuerte despachó el capitán don Nuño 40 soldados en un bergantín en compañía del capitán Ruiz García, para que fuesen por aquellas islas a buscar comida, llevando por orden, se volviesen con toda brevedad con todo lo que pudiesen recoger.
Salido pues —23→ el bergantín, tuvo el Mangoré por buena esta ocasión, y también por haber salido con los demás Sebastián Hurtado, marido de Lucía; y así luego se juntaron por orden de sus caciques más de cuatro mil indios, los cuales se pusieron de emboscada en un sauzal, que estaba media legua del fuerte a la orilla del río, para con más facilidad conseguir su intento, y fuese más fácil la entrada en la fortaleza: salió el Mangoré con 30 mancebos muy robustos cargados de comida, pescado, carne, miel, manteca y maíz, con lo cual se fue al fuerte, donde con muestras de amistad lo repartió, dando la mayor parte al capitán y oficiales, y lo restante a los soldados, de que fue muy bien recibido y agasajado de todos, aposentándole dentro del fuerte, aquella noche: en la cual, reconociendo el traidor que todos dormían excepto los que estaban de posta en las puertas, aprovechándose de la ocasión, hicieron seña a los de la emboscada, los que con todo silencio llegaron al muro de la fortaleza, y a un tiempo los de dentro y los de fuera cerraron con los guardas, y pegaron fuego a la casa de munición, con que en un momento se ganaron las puertas, y a su salvo, matando los guardas, y a los que encontraban de los españoles, que despavoridos salían de sus aposentos a la plaza de armas, sin poderse de ninguna manera incorporar unos con otros; porque como era grande la fuerza del enemigo cuando despertaron, a unos por una parte, a otros por otra, y a otros en las camas los mataban y degollaban sin ninguna resistencia, excepto de algunos pocos, que valerosamente pelearon: en especial don Nuño de Lara, que salió a la plaza haciéndola con su rodela y espada por entre aquella gran turba de enemigos, hiriendo y matando muchos de ellos, acobardándolos de tal manera que no había ninguno que osase llegar a él viendo que por sus manos eran muertos; y visto por los caciques o indios valientes, haciéndose a fuera comenzaron a tirarle con dardos y lanzas, con que le maltrataron, de manera que todo su cuerpo estaba harpado y bañado en sangre; y en esta ocasión el sargento mayor con una alabarda, cota, y celada se fue a la puerta de la fortaleza, rompiendo por los escuadrones, entendiendo poderse señorear de ella, ganó hasta el umbral, donde hiriendo a muchos de los que la tenían ocupada, y él asimismo recibiendo muchos golpes de ellos, aunque hizo gran destrozo matando muchos de los que le cercaban, de tal manera fue apretado de ellos, tirándole gran número de flechería, que fue atravesado su cuerpo y así cayó muerto, y en esta misma ocasión, el alférez Oviedo con algunos soldados de su compañía, salieron bien armados, y cerraron con gran fuerza de enemigos que estaban en la casa de munición, por ver si la podían socorrer, y apretándoles con mucho valor, fueron mortalmente heridos y despedazados, sin mostrar flaqueza hasta ser muertos, vendiendo sus vidas a costa de infinita gente bárbara, que —24→ se las quitaron.
En este mismo tiempo el capitán don Nuño procuraba acudir a todas partes herido por muchas y desangrado, sin poder remediar nada, con valeroso ánimo se metió en la mayor fuerza de enemigos, donde encontrando con el Mangoré le dio una gran cuchillada, y asegurándole con otros dos golpes le derribó muerto en tierra; y continuando con grande esfuerzo y valor, fue matando otros muchos caciques e indios, con que ya muy desangrado y cansado con las mismas heridas, cayó en el suelo donde los indios le acabaron de matar, con gran contento de gozar de la buena suerte en que consistía el buen efecto de su intento; y así con la muerte de este capitán fue luego ganada la fuerza, y toda ella destruida sin dejar hombre a vida, excepto cinco mujeres que allí había, con la muy cara Lucía de Miranda y algunos tres o cuatro muchachos, que por serlo no los mataron, y fueron presos y cautivos: y haciendo montón de todo el despojo, para repartirlo entre toda la gente de guerra, aunque esto más se hace para aventajar a los valientes y para que los caciques y principales escojan y tomen para sí lo que mejor les parece; lo que hecho, visto por Siripo la muerte de su hermano, y la dama que tan cara le costaba, no dejó de derramar muchas lágrimas, considerando el ardiente amor que le había tenido, y el que en su pecho iba sintiendo tener a esta española; y así de todos los despojos que aquí se ganaron, no quiso por su parte tomar otra cosa, que por su esclava a la que por otra parte era señora de los otros; la cual puesta en su poder, no podía disimular el sentimiento de su gran miseria con lágrimas de sus ojos; y aunque era bien tratada y servida de los criados de Siripo, no era eso parte para dejar de vivir con mucho desconsuelo, por verse poseída de un bárbaro: el cual viéndola tan afligida, un día por consolarla la habló con muestra de grande amor, y le dijo: de hoy en adelante, Lucía, no te tengas por mi esclava sino por mi querida mujer, y como tal, puedes ser señora de todo cuanto tengo, y hacer a tu voluntad de hoy para siempre; y junto con esto te doy lo más principal, que es el corazón: las cuales razones afligieron sumamente a la triste cautiva, y pocos días después se le acrecentó más el sentimiento con la ocasión que de nuevo se le ofreció, y fue, que en este tiempo trajeron los indios corredores preso ante Siripo a Sebastián Hurtado, el cual habiendo vuelto con los demás del bergantín al puesto de la fortaleza, saltando en tierra la vio asolada y destruida, con todos los cuerpos de los que allí se mataron, y no hallando entre ellos el de su querida mujer, y considerando el caso se resolvió a entrarse entre aquellos bárbaros, y quedarse cautivo con su mujer, estimando eso en más, y aun dar la vida, que vivir ausente de ella; y sin dar a nadie parte de su determinación se metió por aquella vega adentro, donde al otro día fue preso por los indios, —25→ los cuales atadas las manos, lo presentaron a su cacique y principal de todos, el cual como le conoció, le mandó quitar de su presencia y ejecutarlo de muerte; la cual sentencia oída por su triste mujer, con innumerables lágrimas, rogó a su nuevo marido no se ejecutase, antes le suplicaba le otorgase la vida para que ambos se empleasen en su servicio, y como verdaderos esclavos, de que siempre estarían muy agradecidos; a lo que el Siripo condescendió por la grande instancia con que se lo pedía aquella, a quien él tanto deseaba agradar: pero con un precepto muy rigoroso, que fue, que so pena de su indignación y de costarles la vida, si por algún camino alcanzaba que se comunicaban, y que él daría a Hurtado otra mujer con quien viviese con mucho gusto y le sirviese; y junto con eso le haría él tan buen tratamiento como si fuera, no esclavo, sino verdadero vasallo y amigo; y los dos prometieron de cumplir lo que se les mandaba: y así se abstuvieron por algún tiempo sin dar ninguna nota. Mas como quiera que el amor no se puede ocultar, ni guardar ley, olvidados de la que el bárbaro les puso, y perdido el temor, siempre que se les ofrecía ocasión no la perdían, teniendo siempre los ojos clavados el uno en el otro, como quienes tanto se amaban; y fue de manera que fueron notados de algunos de la casa, y en especial de un india, mujer que había sido muy estimada de Siripo, y repudiada por la española: la cual india movida de rabiosos celos, le dijo al Siripo con gran denuedo: «muy contento estás con tu nueva mujer, mas ella no lo está de ti, porque estima más al de su nación y antiguo marido, que a cuanto tienes y posees: por cierto, pago muy bien merecido, pues dejaste a la que por naturaleza y amor estabas obligado, y tomaste la extranjera y adúltera por mujer».
El Siripo se alteró oyendo estas razones, y sin duda ninguna ejecutara su saña, en los dos amantes, más dejolo de hacer hasta certificarse de la verdad de lo que se le decía; y disimulando andaba de allí adelante con cuidado por ver si podía cogerlos juntos, o como dicen, con el hurto en las manos: al fin se le cumplió su deseo, y cogidos con infernal rabia, mandó hacer un gran fuego y quemar en él a la buena Lucía; y puesta en ejecución la sentencia, ella la aceptó con gran valor, sufriendo el incendio, donde acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo a Nuestro Señor hubiese misericordia y perdonase sus grandes pecados; y al instante el bárbaro cruel mandó asaetear a Sebastián Hurtado, y así lo entregó a muchos mancebos, los cuales, atado de pies y manos, lo amarraron a un algarrobo y fue flechado de aquella bárbara gente, hasta que acabó su vida arpado todo el cuerpo y puestos los ojos en el cielo, suplicaba a Nuestro Señor le perdonase sus pecados, de cuya misericordia, es de creer, están gozando de su santa gloria marido y mujer: todo lo cual sucedió en el año de 1532.
Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
Capítulo VII
De la muerte del capitán don Nuño de Lara, y su gente; y lo demás sucedido
Partido Sebastián Gaboto para España con mucho sentimiento de los que quedaban, por ser un hombre afable, de gran valor y prudencia, muy experto y práctico en la cosmografía, como de él se cuenta; luego el capitán don Nuño procuró conservar la paz que tenía con los naturales circunvecinos, en especial con los indios Timbús, gente de buena masa y voluntad; con cuyos dos principales caciques siempre la conservó, y ellos acudiendo a buena correspondencia —22→ de ordinario proveían a los españoles de comida, que como gente labradora nunca les faltaba.
Estos dos caciques eran hermanos, el uno llamado Mangoré, y el otro Siripo, mancebos ambos como de treinta a cuarenta años, valientes y expertos en la guerra, y así de todos muy temidos y respetados, y en particular el Mangoré el cual en esta ocasión se aficionó de una mujer española que estaba en la fortaleza, llamada Lucía de Miranda, casada con un Sebastián Hurtado, naturales de Écija.
A esta señora hacía este cacique muchos regalos, y socorría de comida, y ella de agradecida le hacia amoroso tratamiento; con que vino el bárbaro a aficionársele tanto, y con tan desordenado amor, que intentó de hurtarla por los medios a él posibles: y convidando a su marido, a que se fuese a entretener a su pueblo, y a recibir de él buen hospedaje y amistad, con buenas razones se negó: y visto que por aquella vía no podía salir con su intento, y la compostura, honestidad de la mujer, y recato del marido, vino a perder la paciencia con grande indignación y mortal pasión, con la que ordenó con los españoles, debajo de amistad, una alevosía y traición, pareciéndole que por este medio sucedería el negocio de manera que la pobre señora viniese a su poder: para cuyo efecto persuadió al otro cacique su hermano, que no les convenía dar la obediencia al español tan de repente, porque con estar en sus tierras, eran tan señores y resolutos en sus cosas que en pocos días le supeditarían todo, como las muestras lo decían, y si con tiempo no se prevenía este inconveniente, después cuando quisiesen no lo podrían hacer, conque quedarían sujetos a perpetua servidumbre; para cuyo efecto su parecer era, que el español fuese destruido y muerto, y asolado el fuerte, no perdonando la ocasión cuando el tiempo la ofreciese: a lo cual el hermano respondió, que cómo era posible tratar él cosa semejante contra los españoles, habiendo profesado siempre su amistad, y siendo tan aficionado a Lucía; que el de su parte no tenía intento ninguno de hacerlo, porque a más de no haber recibido del español ningún agravio, antes todo buen tratamiento y amistad, no hallaba causa para tomar las armas contra él: a lo cual el Mangoré replicó con indignación que así convenía se hiciese por el bien común, y porque era gusto suyo, a que como buen hermano debía condescender.
De tal suerte supo persuadir al hermano, que vino a, condescender con él, dejando el negocio tratado entre sí para tiempo más oportuno: el cual no mucho después se lo ofreció la fortuna conforme a su deseo, y fue: que habiendo necesidad de comida en el fuerte despachó el capitán don Nuño 40 soldados en un bergantín en compañía del capitán Ruiz García, para que fuesen por aquellas islas a buscar comida, llevando por orden, se volviesen con toda brevedad con todo lo que pudiesen recoger.
Salido pues —23→ el bergantín, tuvo el Mangoré por buena esta ocasión, y también por haber salido con los demás Sebastián Hurtado, marido de Lucía; y así luego se juntaron por orden de sus caciques más de cuatro mil indios, los cuales se pusieron de emboscada en un sauzal, que estaba media legua del fuerte a la orilla del río, para con más facilidad conseguir su intento, y fuese más fácil la entrada en la fortaleza: salió el Mangoré con 30 mancebos muy robustos cargados de comida, pescado, carne, miel, manteca y maíz, con lo cual se fue al fuerte, donde con muestras de amistad lo repartió, dando la mayor parte al capitán y oficiales, y lo restante a los soldados, de que fue muy bien recibido y agasajado de todos, aposentándole dentro del fuerte, aquella noche: en la cual, reconociendo el traidor que todos dormían excepto los que estaban de posta en las puertas, aprovechándose de la ocasión, hicieron seña a los de la emboscada, los que con todo silencio llegaron al muro de la fortaleza, y a un tiempo los de dentro y los de fuera cerraron con los guardas, y pegaron fuego a la casa de munición, con que en un momento se ganaron las puertas, y a su salvo, matando los guardas, y a los que encontraban de los españoles, que despavoridos salían de sus aposentos a la plaza de armas, sin poderse de ninguna manera incorporar unos con otros; porque como era grande la fuerza del enemigo cuando despertaron, a unos por una parte, a otros por otra, y a otros en las camas los mataban y degollaban sin ninguna resistencia, excepto de algunos pocos, que valerosamente pelearon: en especial don Nuño de Lara, que salió a la plaza haciéndola con su rodela y espada por entre aquella gran turba de enemigos, hiriendo y matando muchos de ellos, acobardándolos de tal manera que no había ninguno que osase llegar a él viendo que por sus manos eran muertos; y visto por los caciques o indios valientes, haciéndose a fuera comenzaron a tirarle con dardos y lanzas, con que le maltrataron, de manera que todo su cuerpo estaba harpado y bañado en sangre; y en esta ocasión el sargento mayor con una alabarda, cota, y celada se fue a la puerta de la fortaleza, rompiendo por los escuadrones, entendiendo poderse señorear de ella, ganó hasta el umbral, donde hiriendo a muchos de los que la tenían ocupada, y él asimismo recibiendo muchos golpes de ellos, aunque hizo gran destrozo matando muchos de los que le cercaban, de tal manera fue apretado de ellos, tirándole gran número de flechería, que fue atravesado su cuerpo y así cayó muerto, y en esta misma ocasión, el alférez Oviedo con algunos soldados de su compañía, salieron bien armados, y cerraron con gran fuerza de enemigos que estaban en la casa de munición, por ver si la podían socorrer, y apretándoles con mucho valor, fueron mortalmente heridos y despedazados, sin mostrar flaqueza hasta ser muertos, vendiendo sus vidas a costa de infinita gente bárbara, que —24→ se las quitaron.
En este mismo tiempo el capitán don Nuño procuraba acudir a todas partes herido por muchas y desangrado, sin poder remediar nada, con valeroso ánimo se metió en la mayor fuerza de enemigos, donde encontrando con el Mangoré le dio una gran cuchillada, y asegurándole con otros dos golpes le derribó muerto en tierra; y continuando con grande esfuerzo y valor, fue matando otros muchos caciques e indios, con que ya muy desangrado y cansado con las mismas heridas, cayó en el suelo donde los indios le acabaron de matar, con gran contento de gozar de la buena suerte en que consistía el buen efecto de su intento; y así con la muerte de este capitán fue luego ganada la fuerza, y toda ella destruida sin dejar hombre a vida, excepto cinco mujeres que allí había, con la muy cara Lucía de Miranda y algunos tres o cuatro muchachos, que por serlo no los mataron, y fueron presos y cautivos: y haciendo montón de todo el despojo, para repartirlo entre toda la gente de guerra, aunque esto más se hace para aventajar a los valientes y para que los caciques y principales escojan y tomen para sí lo que mejor les parece; lo que hecho, visto por Siripo la muerte de su hermano, y la dama que tan cara le costaba, no dejó de derramar muchas lágrimas, considerando el ardiente amor que le había tenido, y el que en su pecho iba sintiendo tener a esta española; y así de todos los despojos que aquí se ganaron, no quiso por su parte tomar otra cosa, que por su esclava a la que por otra parte era señora de los otros; la cual puesta en su poder, no podía disimular el sentimiento de su gran miseria con lágrimas de sus ojos; y aunque era bien tratada y servida de los criados de Siripo, no era eso parte para dejar de vivir con mucho desconsuelo, por verse poseída de un bárbaro: el cual viéndola tan afligida, un día por consolarla la habló con muestra de grande amor, y le dijo: de hoy en adelante, Lucía, no te tengas por mi esclava sino por mi querida mujer, y como tal, puedes ser señora de todo cuanto tengo, y hacer a tu voluntad de hoy para siempre; y junto con esto te doy lo más principal, que es el corazón: las cuales razones afligieron sumamente a la triste cautiva, y pocos días después se le acrecentó más el sentimiento con la ocasión que de nuevo se le ofreció, y fue, que en este tiempo trajeron los indios corredores preso ante Siripo a Sebastián Hurtado, el cual habiendo vuelto con los demás del bergantín al puesto de la fortaleza, saltando en tierra la vio asolada y destruida, con todos los cuerpos de los que allí se mataron, y no hallando entre ellos el de su querida mujer, y considerando el caso se resolvió a entrarse entre aquellos bárbaros, y quedarse cautivo con su mujer, estimando eso en más, y aun dar la vida, que vivir ausente de ella; y sin dar a nadie parte de su determinación se metió por aquella vega adentro, donde al otro día fue preso por los indios, —25→ los cuales atadas las manos, lo presentaron a su cacique y principal de todos, el cual como le conoció, le mandó quitar de su presencia y ejecutarlo de muerte; la cual sentencia oída por su triste mujer, con innumerables lágrimas, rogó a su nuevo marido no se ejecutase, antes le suplicaba le otorgase la vida para que ambos se empleasen en su servicio, y como verdaderos esclavos, de que siempre estarían muy agradecidos; a lo que el Siripo condescendió por la grande instancia con que se lo pedía aquella, a quien él tanto deseaba agradar: pero con un precepto muy rigoroso, que fue, que so pena de su indignación y de costarles la vida, si por algún camino alcanzaba que se comunicaban, y que él daría a Hurtado otra mujer con quien viviese con mucho gusto y le sirviese; y junto con eso le haría él tan buen tratamiento como si fuera, no esclavo, sino verdadero vasallo y amigo; y los dos prometieron de cumplir lo que se les mandaba: y así se abstuvieron por algún tiempo sin dar ninguna nota. Mas como quiera que el amor no se puede ocultar, ni guardar ley, olvidados de la que el bárbaro les puso, y perdido el temor, siempre que se les ofrecía ocasión no la perdían, teniendo siempre los ojos clavados el uno en el otro, como quienes tanto se amaban; y fue de manera que fueron notados de algunos de la casa, y en especial de un india, mujer que había sido muy estimada de Siripo, y repudiada por la española: la cual india movida de rabiosos celos, le dijo al Siripo con gran denuedo: «muy contento estás con tu nueva mujer, mas ella no lo está de ti, porque estima más al de su nación y antiguo marido, que a cuanto tienes y posees: por cierto, pago muy bien merecido, pues dejaste a la que por naturaleza y amor estabas obligado, y tomaste la extranjera y adúltera por mujer».
El Siripo se alteró oyendo estas razones, y sin duda ninguna ejecutara su saña, en los dos amantes, más dejolo de hacer hasta certificarse de la verdad de lo que se le decía; y disimulando andaba de allí adelante con cuidado por ver si podía cogerlos juntos, o como dicen, con el hurto en las manos: al fin se le cumplió su deseo, y cogidos con infernal rabia, mandó hacer un gran fuego y quemar en él a la buena Lucía; y puesta en ejecución la sentencia, ella la aceptó con gran valor, sufriendo el incendio, donde acabó su vida como verdadera cristiana, pidiendo a Nuestro Señor hubiese misericordia y perdonase sus grandes pecados; y al instante el bárbaro cruel mandó asaetear a Sebastián Hurtado, y así lo entregó a muchos mancebos, los cuales, atado de pies y manos, lo amarraron a un algarrobo y fue flechado de aquella bárbara gente, hasta que acabó su vida arpado todo el cuerpo y puestos los ojos en el cielo, suplicaba a Nuestro Señor le perdonase sus pecados, de cuya misericordia, es de creer, están gozando de su santa gloria marido y mujer: todo lo cual sucedió en el año de 1532.
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/68049485989571385754491/index.htm
Última edición por Egho el Sáb Oct 15 2011, 06:03, editado 2 veces
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LA MANO DE PAPEL
Desde enero de 1575, en que se inician los catálogos de referencia de la Serie de Actas de Cabildo, de la ciudad de San Fe de la Vera Cruz, y por pérdida de la documental anterior y hasta comienzos de 1615, el cuerpo colegiado dispuso penalidades de diversa envergadura a quienes no cumplían lo que el organismo legislaba o cuando consideraba que se cometía un "delito" contra los intereses de los santafesinos.
Así, por ejemplo, en el caso de Francisco de Sierra que pidió, por razones de edad, trabajo y cuestiones familiares, dejar el cargo de Teniente de Gobernador que venía desempeñando, el colegiado dispuso que lo reasumiera bajo "…pena de 200 pesos oro, no aceptando dicho capitán volver al cargo". -A.G.S.P.S.F.: Catálogo Actas Capitulares, 1, . 8-. o en el tan conocido "affaire" del maestro Pedro de Vega que pretendía dejar la ciudad porque, ya por entonces, la docencia era mal paga y al que el Cabildo le impidió dejar sus tareas "…bajo pena de 200 castellanos…"(Ibídem, f. 11); o el caso resuelto el 1º de noviembre de 1584 en que
"…ante las ausencias de algunos regidores a las sesiones… se establece… pena de dos pesos por dia de falta"., (Ídem, f 47). cifra que sube a $4 en febrero de 1593 -Id. T.2,f.78-, para bajar a $1 en 1619 (Id., f.85).
En el catalogo a marzo de 1615, encontramos el primero de los registros que llaman la atención.En efecto, en el acta correspondiente a una sesión que, por rotura de los bordes del documento no puede determinarse exactamente su fecha, el colegiado dispone:
"Los alcaldes y regidores que no concurran a la iglesia durante las festividades y hagan ausencia al Cabildo los días de sesiones, sufrirán la pena de una 'mano de papel'" (Id., f.118).
La más interesante de esas "amenazas" es la asentada en el acta del 9 de mayo de 1625 en que;
"Es decretada la obligatoriedad de la concurrencia a las sesiones capitulares de los lunes para los alcaldes y regidores, a quienes se le prohibe salir de la ciudad, sin autorización. La multa es estipulada en "una mano de papel" o un peso de buena plata que se aplicaría para el nuevo libro del Cabildo" (Id., f.115).
Llegado a este punto nos preguntamos que era "una mano de papel"; la Enciclopedia Espasa en la pagina 956 del tomo 32, la define como la "Vigésima parte de una resma, o sea 25 pliegos. Esta división existe desde muy antiguo, según algunos desde mediados del siglo XIV, conservada en el papel de tina y clases parecidas y en este caso la resma se halla constituida por 20 paquetes o manos de 25 hojas dobladas". (ENCICLOPEDIA universal ilustrada europeo americana. (Barcelona, J. Espasa, s. f.) T. XXXII, p.958)
Actualmente se fabrica y comercializa papel continuo, es decir plano, sin doblar, por lo que aquella medida ha desaparecido, aunque aun se conserva la unidad resma para la cantidad total de pliegos.
Conviene señalar que la misma enciclopedia da, como segunda acepción de “mano”, a la palabra palma, determinando que esta medida equivale a 21 cm.
Satisfecha la curiosidad por lo que era la "mano de papel", nos preguntamos ¿por qué el Cabildo santafesino la utilizo como "medida de penalización"?
En el tomo 41,de la enciclopedia aludida, en el desarrollo de la palabra “papel” se establece que, durante el primero tercio del s. XVI en Toledo y Valladolid, existían sendos molinos que fabricaban papel destinado, especialmente, a la impresión de bulas, mientras que para el resto de la documentación se utilizaba el papel importado de Flandes.
Pero "La producción tipográfica, en continuo aumento, …consumía infinitamente mas que antes los copistas." (Ibìdem; t. XLI, p.1044).
Por entonces el papel era fabricado de trapos y ante la enorme demanda, estos empezaron a escasear lo que produjo un gran prejuicio a la industria nacional papelera lo que determino que las Cortes prohibieran, en los s. XVI y XVII, la exportación del papel haciendo "…Constar que se acordaba en bien del trabajo y de la riqueza del país." (Ibídem)
Indudablemente y si bien no creemos que se haya prohibido enviar el material a las colonias, éste debe haber escaseado en Hispanoamérica, lo que pudo haber motivado que el Cabildo santafesino, a fin de asegurarse la provista que necesitaba para asentar sus decisiones, penara a sus miembros con la entrega de tan importante elemento.
A fines del siglo XVIII se produjo el reflorecimiento de la producción tipográfica lo que exigió una mayor producción papelera mejorando "…ostensiblemente en su calidad y elaboración de los papeles españoles." (Ibídem), como así también la cantidad que se exportaba.
Así, en el año de mayor trafico se exportaron a América 253.243 resmas de papel blanco, de estraza y de música y 25.213 de producción extranjera, lo que se debe haber traducido en que el Cabildo de la ciudad de Garay ya no penara a sus integrantes con "mano de papel" por no cumplir con las obligaciones que sus cargos le exigían.
Fuente; C.de E.H. – Revista America n° 13/1977 (G.N.Gonzalez)
LA MANO DE PAPEL
Desde enero de 1575, en que se inician los catálogos de referencia de la Serie de Actas de Cabildo, de la ciudad de San Fe de la Vera Cruz, y por pérdida de la documental anterior y hasta comienzos de 1615, el cuerpo colegiado dispuso penalidades de diversa envergadura a quienes no cumplían lo que el organismo legislaba o cuando consideraba que se cometía un "delito" contra los intereses de los santafesinos.
Así, por ejemplo, en el caso de Francisco de Sierra que pidió, por razones de edad, trabajo y cuestiones familiares, dejar el cargo de Teniente de Gobernador que venía desempeñando, el colegiado dispuso que lo reasumiera bajo "…pena de 200 pesos oro, no aceptando dicho capitán volver al cargo". -A.G.S.P.S.F.: Catálogo Actas Capitulares, 1, . 8-. o en el tan conocido "affaire" del maestro Pedro de Vega que pretendía dejar la ciudad porque, ya por entonces, la docencia era mal paga y al que el Cabildo le impidió dejar sus tareas "…bajo pena de 200 castellanos…"(Ibídem, f. 11); o el caso resuelto el 1º de noviembre de 1584 en que
"…ante las ausencias de algunos regidores a las sesiones… se establece… pena de dos pesos por dia de falta"., (Ídem, f 47). cifra que sube a $4 en febrero de 1593 -Id. T.2,f.78-, para bajar a $1 en 1619 (Id., f.85).
En el catalogo a marzo de 1615, encontramos el primero de los registros que llaman la atención.En efecto, en el acta correspondiente a una sesión que, por rotura de los bordes del documento no puede determinarse exactamente su fecha, el colegiado dispone:
"Los alcaldes y regidores que no concurran a la iglesia durante las festividades y hagan ausencia al Cabildo los días de sesiones, sufrirán la pena de una 'mano de papel'" (Id., f.118).
La más interesante de esas "amenazas" es la asentada en el acta del 9 de mayo de 1625 en que;
"Es decretada la obligatoriedad de la concurrencia a las sesiones capitulares de los lunes para los alcaldes y regidores, a quienes se le prohibe salir de la ciudad, sin autorización. La multa es estipulada en "una mano de papel" o un peso de buena plata que se aplicaría para el nuevo libro del Cabildo" (Id., f.115).
Llegado a este punto nos preguntamos que era "una mano de papel"; la Enciclopedia Espasa en la pagina 956 del tomo 32, la define como la "Vigésima parte de una resma, o sea 25 pliegos. Esta división existe desde muy antiguo, según algunos desde mediados del siglo XIV, conservada en el papel de tina y clases parecidas y en este caso la resma se halla constituida por 20 paquetes o manos de 25 hojas dobladas". (ENCICLOPEDIA universal ilustrada europeo americana. (Barcelona, J. Espasa, s. f.) T. XXXII, p.958)
Actualmente se fabrica y comercializa papel continuo, es decir plano, sin doblar, por lo que aquella medida ha desaparecido, aunque aun se conserva la unidad resma para la cantidad total de pliegos.
Conviene señalar que la misma enciclopedia da, como segunda acepción de “mano”, a la palabra palma, determinando que esta medida equivale a 21 cm.
Satisfecha la curiosidad por lo que era la "mano de papel", nos preguntamos ¿por qué el Cabildo santafesino la utilizo como "medida de penalización"?
En el tomo 41,de la enciclopedia aludida, en el desarrollo de la palabra “papel” se establece que, durante el primero tercio del s. XVI en Toledo y Valladolid, existían sendos molinos que fabricaban papel destinado, especialmente, a la impresión de bulas, mientras que para el resto de la documentación se utilizaba el papel importado de Flandes.
Pero "La producción tipográfica, en continuo aumento, …consumía infinitamente mas que antes los copistas." (Ibìdem; t. XLI, p.1044).
Por entonces el papel era fabricado de trapos y ante la enorme demanda, estos empezaron a escasear lo que produjo un gran prejuicio a la industria nacional papelera lo que determino que las Cortes prohibieran, en los s. XVI y XVII, la exportación del papel haciendo "…Constar que se acordaba en bien del trabajo y de la riqueza del país." (Ibídem)
Indudablemente y si bien no creemos que se haya prohibido enviar el material a las colonias, éste debe haber escaseado en Hispanoamérica, lo que pudo haber motivado que el Cabildo santafesino, a fin de asegurarse la provista que necesitaba para asentar sus decisiones, penara a sus miembros con la entrega de tan importante elemento.
A fines del siglo XVIII se produjo el reflorecimiento de la producción tipográfica lo que exigió una mayor producción papelera mejorando "…ostensiblemente en su calidad y elaboración de los papeles españoles." (Ibídem), como así también la cantidad que se exportaba.
Así, en el año de mayor trafico se exportaron a América 253.243 resmas de papel blanco, de estraza y de música y 25.213 de producción extranjera, lo que se debe haber traducido en que el Cabildo de la ciudad de Garay ya no penara a sus integrantes con "mano de papel" por no cumplir con las obligaciones que sus cargos le exigían.
Fuente; C.de E.H. – Revista America n° 13/1977 (G.N.Gonzalez)
COMENTARIO DE SILMARILLION
La medida viene de la costumbre de contar los pliegos de papel a mano, de cinco en cinco, de modo de 5 x 5 = una mano.
Los primeros molinos de papel se instalaron en España, precisamente en Xátiva en 1150. La industria de papel fue introducida en Europa desde Oriente por los árabes.
La producción de papel estuvo controlada por la corona de Aragón.
Luego se establecieron los primeros molinos italianos, entre ellos Fabriano que aún continúa produciendo papel de excelente calidad y más tarde los molinos alemanes y de los países bajos. Fue en Alemania y los países bajos donde se produjeron mejoras en las máquinas que permitían mayor producción.
Durante el siglo XVI un molino papelero podía producir 4.500 pliegos en una jornada de 13 horas de trabajo.
En el siglo XVII se introdujo el batidor de tipo "hollander", que revolucionó la industria del papel del momento.
La creciente demanda de papel, que como bien señala Egho se producía a partir de trapo, derivó en escasez de la materia prima, el trapo.
Señalo que según la calidad del papel a producir es el trapo requerido: nuevo o usado, de lino o algodón, de esparto, cáñamo o yute.
De modo que se gravó el comercio de trapo para papel y los países bajos, que eran los principales productores de manufactura textil pasaron a ser los papeleros por excelencia, ya que controlaban la producción de hilado de lino.
Cita:
se exportaron a América 253.243 resmas de papel blanco, de estraza y de música y 25.213 de producción extranjera
estraza proviene de estrazar, romper en pedazos, y su significado es:
Trapo, pedazo o desecho de ropa basta.
Con lo cual es papel de estraza no es más que un papel de trapo, de menor calidad. Es decir, no se lo somete al proceso de selección y blanqueo que recibe un papel de escribir, por ejemplo un papel vitela.
_________________Los primeros molinos de papel se instalaron en España, precisamente en Xátiva en 1150. La industria de papel fue introducida en Europa desde Oriente por los árabes.
La producción de papel estuvo controlada por la corona de Aragón.
Luego se establecieron los primeros molinos italianos, entre ellos Fabriano que aún continúa produciendo papel de excelente calidad y más tarde los molinos alemanes y de los países bajos. Fue en Alemania y los países bajos donde se produjeron mejoras en las máquinas que permitían mayor producción.
Durante el siglo XVI un molino papelero podía producir 4.500 pliegos en una jornada de 13 horas de trabajo.
En el siglo XVII se introdujo el batidor de tipo "hollander", que revolucionó la industria del papel del momento.
La creciente demanda de papel, que como bien señala Egho se producía a partir de trapo, derivó en escasez de la materia prima, el trapo.
Señalo que según la calidad del papel a producir es el trapo requerido: nuevo o usado, de lino o algodón, de esparto, cáñamo o yute.
De modo que se gravó el comercio de trapo para papel y los países bajos, que eran los principales productores de manufactura textil pasaron a ser los papeleros por excelencia, ya que controlaban la producción de hilado de lino.
Cita:
se exportaron a América 253.243 resmas de papel blanco, de estraza y de música y 25.213 de producción extranjera
estraza proviene de estrazar, romper en pedazos, y su significado es:
Trapo, pedazo o desecho de ropa basta.
Con lo cual es papel de estraza no es más que un papel de trapo, de menor calidad. Es decir, no se lo somete al proceso de selección y blanqueo que recibe un papel de escribir, por ejemplo un papel vitela.
Última edición por Egho el Sáb Oct 15 2011, 06:04, editado 3 veces
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Última edición por Egho el Sáb Oct 15 2011, 06:05, editado 1 vez
Los reos del mundo animal
Muchas veces al analizar las civilizaciones prehistóricas nos extrañamos de ver que en la antigüedad hallaban sustento creencias absurdas en pueblos dueños de una cultura elevada.
Pero si transportamos nuestra extrañeza ante esos hechos a nuestro tiempo creo que el asombro seria mayor.
Creo que la influencia de la religión, en la que busca refugio “el proletariado interno” en los periodos de crisis ( Arnold Toynbee), tiene mucho que ver con esto. Puedo estar equivocado, pero veo un retroceso en la historia del pensamiento donde debería haber progreso. Ni las tribus mas primitivas de América se permitían semejantes extravagancias, por llamarlo de alguna manera.
Un proceso judicial contra la langosta
En otras ocasiones ante aquella terrible y diabólica invasión, el vecindario había apelado el único recurso: las novenas, las rogativas, o las promesas colectivas de la ciudad al patrono o a la Virgen bajo cuya advocación se amparaba la mayoría del Cabildo.
Pero ese día del mes de octubre de 1584, según el acta capitular correspondiente, los cabildantes al reunirse para tratar "entre otras cosas, dice el escribano del Cabildo, como la langosta destruía las cementeras", resolvieron plantear el asunto con todas las de la ley y mandaron que el procurador de la ciudad "tomase la mano en nombre de todo el pueblo para defender los mantenimientos y pedir ante el Ilustre Señor Vicario, provea justicia y así le damos todo nuestro poder cual en tal caso se requiere para que en nombre de esta dicha ciudad las pueda seguir hasta las acabar y concluir".
La noticia escueta que registra el libro del Cabildo, carece ahora de todo sentido.
Que los cabildantes se reunieran a fin de tratar y considerar la destrucción de los sembrados causado por la invasión de langostas, es lógico; pero parece absurdo que en ese trance se diere poder especial al procurador de la ciudad para que defendiera "los mantenimientos" ante el Vicario eclesiástico, reclamando justicia hasta "la acabar y concluir".
Sin embargo, a lo largo de la Edad Media se enjuiciaba a los animales que caían en plaga sobre las poblaciones, no sólo en España sino en muchos otros pueblos de Europa, Cesáreo Fernández Duro exhumó y publicó uno de estos pleitos singulares en un "Boletín" de la Real Academia de la Historia de Madrid y por él podemos reconstruir las actuaciones del proceso que se siguió en Santa Fe en la segunda mitad del siglo XVI contra una depredadora invasión de langostas. También puede consultarse a este fin, en la misma Real Academia de la Historia, la "Colección Salazar" (sig. M. 140).
El procurador de la ciudad de Santa Fe, como el procurador Antonio Caso del Campo, Justicia y Regimiento de Valladolid, que cita Fernández Duro, se presentaría ante el Vicario, la más alta autoridad eclesiástica santafesina como representante del Obispo del Río de la Plata, pidiendo justicia por los agravios que causaba a los vecinos la manga de langosta que asolaba sus campos, sus chacras y sus huertas, alegando que le come y devora "el pan y el vino y la yerba que Dios les ha dado para su mantenimiento y para pagarlos diezmos y primicias y dar limosna a los pobres y para hacer sacrificio a Dios Nuestro Señor por lo cual y ansi comer la dicha langosta a la dicha mi parte, cristianos y siervos de Dios, han recibido y reciben muchos daños y perjuicios".
En virtud de estas razones, pediría que "se mande a la dicha langosta, que no coman ni royan ni destruyan los dichos panes y viñas, ni yerbas, ni otra cosa que Dios haya dado para mantenimiento de los dichos cristianos y además desto les manda salir y que salgan de los dichos términos so las censuras y excomuniones mayores que contra ellas se puede dar".
La langosta, que en estos pleitos no estaba sin defensa, por medio de un apoderado, nombrado también por el Vicario, pediría el rechazo de la demanda, oponiendo generalmente las excepciones siguientes:
a.-Falta de jurisdicción del Vicario para juzgarlas, pues la langosta, como decía el citado documento publicado por Fernández Duro, "no subyace ni está debajo de la jurisdicción del Juez, ni del Papa, ni del Emperador, ni del Rey, pues la jurisdicción del Papa se ¡imita a la iglesia y a lo espiritual: y la del Rey o Emperador o Príncipe, a lo temporal sobre los hombres y no sobre los animales, puesto que ese mismo Dios sujetó, a todo lo creado, al hombre, y puso debajo de sus pies los animales del campo, aquello que para que el se enseñorease dello y no tuviese más un hombre que otro el señorío de los animales, pero cuando se dio la jurisdicción espiritual o temporal, no se dio sobre los dichos animales".
b.-En el caso que hubiere jurisdicción humana contra ella, no la tendría el juez ante quien se ha trabado la litis porque "La jurisdicción que Dios Nuestro Señor dio al Papa e al brazo eclesiástico, solo fue sobre las almas razonables e cristianas para encaminarías en estado de salvación, porque Dios Nuestro Señor tomó carne humana e tuvo por bien de padecer por salvar al hombre que había pecado y no por los brutos animales que no pecaron, y pues la dicha langosta no es desta calidad ni condición V.M. no es juez ni puede ser desta dicha causa".
c.-En último caso estas actuaciones deberían tramitarse ante "la jurisdicción real cuyas tierras ocupa la dicha langosta" , y aún así ningún juez podría juzgarla, pues fue creada por Dios, y "no se puede entrometer a conocer de la causa que a ella le está cometida por el Superior" que es el mismo Dios que la creó y cuyos designios son inescrutables.
Por otra parte si viene a comer "el pan e vino" de los hombres, lo hace por la voluntad divina en castigo de sus pecados y contra estos designios no hay más que suplicarle piedad y conmiseración, en tanto los hombres satisfacen sus culpas con penitencias y actos piadosos.
Este desconcertante, aparato judicial terminaba después de agotadas las articulaciones planteadas desde los dominios jurídicos y teológicos, con la excomunión mayor lanzada contra la langosta, aunque su defensor hubiera alegado en el curso del proceso, que la excomunión y las censuras eclesiásticas se dirijan a los seres racionales y no a los animales y de que en caso de ser considerada interponía desde ya el recurso de nulidad no ante el Papa o cualquier otro prelado superior al juez que la condenara, sino, nada menos que "para ante Dios Nuestro Señor".
El P. Feijoo, en su famoso "Teatro Crítico Universal" , dice que en Oviedo se exorcizaron los ratones, previas las consabidas actuaciones judiciales ante el tribuna eclesiástico, sin ningún resultado, desde luego:
"Redúxose la materia a juicio legal en el Tribunal Eclesiástico, a fin de fulminar después de formado el proceso, sentencia contra quellas sabandijas. Señalóseles Abogados y procuradores que defendiesen su causa: estos representaron que aquellas eran creaturas de Dios, por tanto a su providencia pertenecía la conservación de ellas: que Dios que las había creado en quella tierra, por consiguiente los frutos de ella havía destinado a su sustento.
Sin embargo, en virtud de lo alegado por la parte opuesta, dio el Provisor sentencia contra los Ratones, mandándoles con censura, que abandonando aquella tierra, se fuesen a las montañas de los Babias (dentro del mismo Principado)".
Acerca de este proceso contra la plaga de ratones que azotó al vecindario de Oviedo, el P. Feijoo recoge una versión que le da un final insólito y en el cual, desde luego, no cree el ilustre benedictino.
El Maestro Gil González Dávila afirma que vio en poder de cierto canónigo de Salamanca, las actuaciones según las cuales, al comprobarse que los roedores excomulgados no abandonaban la ciudad porque se los impedía un arroyo, se construyó un pontón por donde huyeron por fin luego de una nueva excomunión, hacia las montañas de las Babias donde se les confinaba.
Todo esto, según Feijoo, sólo pudo ser "una pieza burlesca compuesta por un ingenio festivo a imitación de la Batrachomyomachia (guerra de ratones y ranas) de Homero, o de la Gatomachia de Burguillos".
El P. Le Brun relata en sus "Historia de las prácticas supersticiosas" un caso semejante ocurrido en Francia en el siglo XV, y del que transcribe una sentencia del juez eclesiástico del Obispado de Troyes en la cual fulmina a las sabandijas que infectaban esa región, declarándolas malditas y anatematizadas sino la abandonaban luego, aunque anota Feijoo, no expresa el autor si obedecieron o no.
Otro caso similar recuerda el mismo autor, ocurrido en cierto convento franciscano invadido por hormigas que dio motivo a que se pusiera en marcha la máquina de la justicia eclesiástica rematada con la consabida sentencia conminatoria y la subsidiaria excomunión mayor.
En 1631, poco más de cuarenta años después de la invasión de la langosta que azotó a la ciudad de Santa Fe y a la que se refieren nuestras actas capitulares, se editó en España un libro de Gaspar Navarro sobre hechicerías, agüero y ensalmos, que trata de los pleitos y excomuniones motivadas por las plagas de langostas: "tributación de superstición ladina...".
El autor afirma que ha visto en una diócesis española tramitar un proceso con todas las incidencias de un pleito ante los jueces del fuero criminal, contra una invasión de langostas. "Y sucede muchas veces, anota el autor, que el demonio por engañar a los Pueblos que tales cosas consienten por sus secretas operaciones hacer ver en efecto que huyen las langostas olas demás sabandijas".
A este propósito recuerda que "Bartolomé Casanco, in Concilio 1 " refiere el caso de cuatro sentencias de excomunión de varios Vicarios Generales y Provisores de Francia por cuyo medio se libran los pueblos de las sabandijas que lo acosaban, como ocurrió con cierto obispo que por medio de la excomunión logró hacer huir a una plaga de ratones "que salieron todos nadando por el mar".
La pérdida del expediente iniciado por el apoderado del Cabildo de Santa Fe, contra la langosta, nos deja en la duda de si obedeció o no al anatema aunque las dilaciones propias de estos largos procesos, debió darle un tiempo y espacio necesario para cumplir con la orden de expulsión emanada del Vicario después de arrasar los campos y dejar al atribulado vecindario sumido en la más dura, desolada e irremediable inopia.
Fuente: LA CAPITAL. Rosario, Junio de 1978
Muchas veces al analizar las civilizaciones prehistóricas nos extrañamos de ver que en la antigüedad hallaban sustento creencias absurdas en pueblos dueños de una cultura elevada.
Pero si transportamos nuestra extrañeza ante esos hechos a nuestro tiempo creo que el asombro seria mayor.
Creo que la influencia de la religión, en la que busca refugio “el proletariado interno” en los periodos de crisis ( Arnold Toynbee), tiene mucho que ver con esto. Puedo estar equivocado, pero veo un retroceso en la historia del pensamiento donde debería haber progreso. Ni las tribus mas primitivas de América se permitían semejantes extravagancias, por llamarlo de alguna manera.
Un proceso judicial contra la langosta
En otras ocasiones ante aquella terrible y diabólica invasión, el vecindario había apelado el único recurso: las novenas, las rogativas, o las promesas colectivas de la ciudad al patrono o a la Virgen bajo cuya advocación se amparaba la mayoría del Cabildo.
Pero ese día del mes de octubre de 1584, según el acta capitular correspondiente, los cabildantes al reunirse para tratar "entre otras cosas, dice el escribano del Cabildo, como la langosta destruía las cementeras", resolvieron plantear el asunto con todas las de la ley y mandaron que el procurador de la ciudad "tomase la mano en nombre de todo el pueblo para defender los mantenimientos y pedir ante el Ilustre Señor Vicario, provea justicia y así le damos todo nuestro poder cual en tal caso se requiere para que en nombre de esta dicha ciudad las pueda seguir hasta las acabar y concluir".
La noticia escueta que registra el libro del Cabildo, carece ahora de todo sentido.
Que los cabildantes se reunieran a fin de tratar y considerar la destrucción de los sembrados causado por la invasión de langostas, es lógico; pero parece absurdo que en ese trance se diere poder especial al procurador de la ciudad para que defendiera "los mantenimientos" ante el Vicario eclesiástico, reclamando justicia hasta "la acabar y concluir".
Sin embargo, a lo largo de la Edad Media se enjuiciaba a los animales que caían en plaga sobre las poblaciones, no sólo en España sino en muchos otros pueblos de Europa, Cesáreo Fernández Duro exhumó y publicó uno de estos pleitos singulares en un "Boletín" de la Real Academia de la Historia de Madrid y por él podemos reconstruir las actuaciones del proceso que se siguió en Santa Fe en la segunda mitad del siglo XVI contra una depredadora invasión de langostas. También puede consultarse a este fin, en la misma Real Academia de la Historia, la "Colección Salazar" (sig. M. 140).
El procurador de la ciudad de Santa Fe, como el procurador Antonio Caso del Campo, Justicia y Regimiento de Valladolid, que cita Fernández Duro, se presentaría ante el Vicario, la más alta autoridad eclesiástica santafesina como representante del Obispo del Río de la Plata, pidiendo justicia por los agravios que causaba a los vecinos la manga de langosta que asolaba sus campos, sus chacras y sus huertas, alegando que le come y devora "el pan y el vino y la yerba que Dios les ha dado para su mantenimiento y para pagarlos diezmos y primicias y dar limosna a los pobres y para hacer sacrificio a Dios Nuestro Señor por lo cual y ansi comer la dicha langosta a la dicha mi parte, cristianos y siervos de Dios, han recibido y reciben muchos daños y perjuicios".
En virtud de estas razones, pediría que "se mande a la dicha langosta, que no coman ni royan ni destruyan los dichos panes y viñas, ni yerbas, ni otra cosa que Dios haya dado para mantenimiento de los dichos cristianos y además desto les manda salir y que salgan de los dichos términos so las censuras y excomuniones mayores que contra ellas se puede dar".
La langosta, que en estos pleitos no estaba sin defensa, por medio de un apoderado, nombrado también por el Vicario, pediría el rechazo de la demanda, oponiendo generalmente las excepciones siguientes:
a.-Falta de jurisdicción del Vicario para juzgarlas, pues la langosta, como decía el citado documento publicado por Fernández Duro, "no subyace ni está debajo de la jurisdicción del Juez, ni del Papa, ni del Emperador, ni del Rey, pues la jurisdicción del Papa se ¡imita a la iglesia y a lo espiritual: y la del Rey o Emperador o Príncipe, a lo temporal sobre los hombres y no sobre los animales, puesto que ese mismo Dios sujetó, a todo lo creado, al hombre, y puso debajo de sus pies los animales del campo, aquello que para que el se enseñorease dello y no tuviese más un hombre que otro el señorío de los animales, pero cuando se dio la jurisdicción espiritual o temporal, no se dio sobre los dichos animales".
b.-En el caso que hubiere jurisdicción humana contra ella, no la tendría el juez ante quien se ha trabado la litis porque "La jurisdicción que Dios Nuestro Señor dio al Papa e al brazo eclesiástico, solo fue sobre las almas razonables e cristianas para encaminarías en estado de salvación, porque Dios Nuestro Señor tomó carne humana e tuvo por bien de padecer por salvar al hombre que había pecado y no por los brutos animales que no pecaron, y pues la dicha langosta no es desta calidad ni condición V.M. no es juez ni puede ser desta dicha causa".
c.-En último caso estas actuaciones deberían tramitarse ante "la jurisdicción real cuyas tierras ocupa la dicha langosta" , y aún así ningún juez podría juzgarla, pues fue creada por Dios, y "no se puede entrometer a conocer de la causa que a ella le está cometida por el Superior" que es el mismo Dios que la creó y cuyos designios son inescrutables.
Por otra parte si viene a comer "el pan e vino" de los hombres, lo hace por la voluntad divina en castigo de sus pecados y contra estos designios no hay más que suplicarle piedad y conmiseración, en tanto los hombres satisfacen sus culpas con penitencias y actos piadosos.
Este desconcertante, aparato judicial terminaba después de agotadas las articulaciones planteadas desde los dominios jurídicos y teológicos, con la excomunión mayor lanzada contra la langosta, aunque su defensor hubiera alegado en el curso del proceso, que la excomunión y las censuras eclesiásticas se dirijan a los seres racionales y no a los animales y de que en caso de ser considerada interponía desde ya el recurso de nulidad no ante el Papa o cualquier otro prelado superior al juez que la condenara, sino, nada menos que "para ante Dios Nuestro Señor".
El P. Feijoo, en su famoso "Teatro Crítico Universal" , dice que en Oviedo se exorcizaron los ratones, previas las consabidas actuaciones judiciales ante el tribuna eclesiástico, sin ningún resultado, desde luego:
"Redúxose la materia a juicio legal en el Tribunal Eclesiástico, a fin de fulminar después de formado el proceso, sentencia contra quellas sabandijas. Señalóseles Abogados y procuradores que defendiesen su causa: estos representaron que aquellas eran creaturas de Dios, por tanto a su providencia pertenecía la conservación de ellas: que Dios que las había creado en quella tierra, por consiguiente los frutos de ella havía destinado a su sustento.
Sin embargo, en virtud de lo alegado por la parte opuesta, dio el Provisor sentencia contra los Ratones, mandándoles con censura, que abandonando aquella tierra, se fuesen a las montañas de los Babias (dentro del mismo Principado)".
Acerca de este proceso contra la plaga de ratones que azotó al vecindario de Oviedo, el P. Feijoo recoge una versión que le da un final insólito y en el cual, desde luego, no cree el ilustre benedictino.
El Maestro Gil González Dávila afirma que vio en poder de cierto canónigo de Salamanca, las actuaciones según las cuales, al comprobarse que los roedores excomulgados no abandonaban la ciudad porque se los impedía un arroyo, se construyó un pontón por donde huyeron por fin luego de una nueva excomunión, hacia las montañas de las Babias donde se les confinaba.
Todo esto, según Feijoo, sólo pudo ser "una pieza burlesca compuesta por un ingenio festivo a imitación de la Batrachomyomachia (guerra de ratones y ranas) de Homero, o de la Gatomachia de Burguillos".
El P. Le Brun relata en sus "Historia de las prácticas supersticiosas" un caso semejante ocurrido en Francia en el siglo XV, y del que transcribe una sentencia del juez eclesiástico del Obispado de Troyes en la cual fulmina a las sabandijas que infectaban esa región, declarándolas malditas y anatematizadas sino la abandonaban luego, aunque anota Feijoo, no expresa el autor si obedecieron o no.
Otro caso similar recuerda el mismo autor, ocurrido en cierto convento franciscano invadido por hormigas que dio motivo a que se pusiera en marcha la máquina de la justicia eclesiástica rematada con la consabida sentencia conminatoria y la subsidiaria excomunión mayor.
En 1631, poco más de cuarenta años después de la invasión de la langosta que azotó a la ciudad de Santa Fe y a la que se refieren nuestras actas capitulares, se editó en España un libro de Gaspar Navarro sobre hechicerías, agüero y ensalmos, que trata de los pleitos y excomuniones motivadas por las plagas de langostas: "tributación de superstición ladina...".
El autor afirma que ha visto en una diócesis española tramitar un proceso con todas las incidencias de un pleito ante los jueces del fuero criminal, contra una invasión de langostas. "Y sucede muchas veces, anota el autor, que el demonio por engañar a los Pueblos que tales cosas consienten por sus secretas operaciones hacer ver en efecto que huyen las langostas olas demás sabandijas".
A este propósito recuerda que "Bartolomé Casanco, in Concilio 1 " refiere el caso de cuatro sentencias de excomunión de varios Vicarios Generales y Provisores de Francia por cuyo medio se libran los pueblos de las sabandijas que lo acosaban, como ocurrió con cierto obispo que por medio de la excomunión logró hacer huir a una plaga de ratones "que salieron todos nadando por el mar".
La pérdida del expediente iniciado por el apoderado del Cabildo de Santa Fe, contra la langosta, nos deja en la duda de si obedeció o no al anatema aunque las dilaciones propias de estos largos procesos, debió darle un tiempo y espacio necesario para cumplir con la orden de expulsión emanada del Vicario después de arrasar los campos y dejar al atribulado vecindario sumido en la más dura, desolada e irremediable inopia.
Fuente: LA CAPITAL. Rosario, Junio de 1978
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Matemáticos, cosmógrafos, y el mapa de Caboto
Fuente: La Capital marzo/1978
Matemáticos, cosmógrafos, y el mapa de Caboto
En las últimas décadas del reinado de Felipe II, que vale tanto como decir en las primeras de la vida de Santa Fe la Vieja, había en España un grupo de hombres singularmente interesante, expertos en Matemáticas y Cosmografía, con ciertos ribetes de filósofos y, desde luego, de teólogos, y vinculados a la política internacional de los reinos de España y Portugal, que empeñados en una permanente y solapada guerra fría, armaban expediciones a la conquista de nuevas tierras entre una maraña de intrigas, de amaños y componendas tratando de asegurar, mutuamente la colaboración de expertos pilotos y cosmógrafos con la consiguiente sustracción de mapas y cartas de marear.
De ahí que la Geografía fuera una de las disciplinas que ocuparan preferentemente la atención y el apoyo de los gobiernos de España y Portugal.
Se atribuye el origen de la grandiosa Biblioteca del Escorial a un "Memorial presentado a Felipe II por el doctor Juan Páez, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo la signatura M.S.S. 5731.
Según este proyecto, la segunda sala de la Biblioteca estaría destinada conservar las cartas de marear y la "cosmografía de todo lo que hasta hoy se sabe del mundo hecho con mucha diligencia" y, principalmente, agrega el memorial todo lo relacionado con las Indias Occidentales.
Además, se colocarían en esta sala, "globos de diversas grandezas con sus aparejos así para el cielo como para la tierra"; las cartas de las ciudades y las "Pinturas" de las regiones más famosas del mundo, los instrumentos de "astrología" y Matemáticas, los relojes y esos "espejos de extraños efectos que es una principal parte de la perspectiva", y entre los retratos de hombres eminentes vinculados con esta ciencia, se colocarían los de Arquimides, Ptolomeo y Aristóteles con los de Colón, Hernán Cortés y Magallanes.
Uno de los hombres más importantes de esta época fue, sin duda, Juan López de Velasco humanista erudito, conocedor del griego y el latín y el árabe; matemático, astrónomo y cosmógrafo, "gran trabajador por amor a la ciencia", dice uno de sus biógrafos, y presidente de las comisiones de matemáticos y cosmógrafos ordenadas por el rey, que ponían los ojos en las estrellas del cielo para medir y señorear la tierra.
Castellano viejo, había nacido en Soria y cursado sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, donde fue condiscípulo de otros tantos insignes eruditos que brillaron en la época de Felipe II, como Arias Montano, que intervino nada menos que en la edición de la Biblia Complutense o Biblia políglota en hebreo, griego, caldeo y latín que mandara editar el Cardenal Cisneros.
Su erudición, sus viajes y su directo conocimiento del Nuevo Mundo fueron especialmente los motivos por el cual el Consejo de Indias le encomendó la recopilación ordenación de las Leyes de Indias y a quien, en 1571 Felipe II designara Cronista y Cosmógrafo Mayor de Indias, con la obligación de hacer las Tablas de Cosmografía, de observar los eclipses del sol y de la luna, escribir la Historia General del Nuevo Mundo y recopilar las derrotas para la navegación.
Las "Instrucciones" de López de Velasco para la observación en los dominios de España, del eclipse de luna en 1580, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Madrid bajo la signatura M.S. 3.635, en el folio 40, con su firma autógrafa y fechadas en Madrid el 7 de agosto de ese mismo año. Felipe II le mandó pág. ochenta y ocho reales que había gastado en cuatro resmas de papel para imprimirlas.
Fue López de Velasco quien exhumó y adquirió en Cuenca un manuscrito las Etimologías de San Isidoro, que Felipe II mandó publicar, encomendado esta misión a Alvar Gómez. Murió López de Velasco siendo Secretario de Hacienda del Rey Felipe, el 3 de mayo de 1598, en cuyas funciones, y por mandato real, se había abocado a la investigación del problema de la carestía de la vida.
Felipe II, quien había depositado en él toda su confianza, le había designado como sucesor de Pedro de Esquivel en el cargo de Secretario Real, "para llevar a cargo aquellos grandes pensamientos que abrazaban a un tiempo las cuestiones científicas y administrativas" como dice Felipe Picatoste y Rodríguez en su obra "Apuntes para una Biblioteca Científica Española del siglo XVI" publicada en Madrid en 1891.
Pedro de Esquivel había nacido en Alcalá de Henares, en cuya Universidad estudió Filosofía, Teología y Matemáticas, cátedra que ocupó luego de egresado.
"Felipe II que lo trataba con alguna intimidad, dice el mismo Picatoste y Rodríguez, consultó seguramente con él su doble proyecto estadístico y científico de la descripción general de España deseando poner la Geografía a la altura que debía tener después del descubrimiento real Nuevo Mundo".
Fue Esquivel quien por primera vez aplicó la triangulación en las medidas geodésicas y para determinar los puntos principales de la Península, pero murió antes de ver terminado el mapa proyectado.
Contemporáneos de estos dos eminentes cosmógrafos y matemáticos españoles, fueron dos italianos de singular interés por sus vidas y sus obras, Juan Turriano y Juan Bautista Gessio.
Juanelo Turriani, más conocido simplemente como Juanelo, fue autor del artefacto hidráulico destinado a proveer de agua potable a la ciudad de Toledo "el artilugio de Juanelo" que aparece en un cuadro del Greco.
Juanelo nació a fines del siglo XV en los comienzos del XVI, en Italia, en la ciudad de Cremona, y en 1529 entró al servicio del Emperador Carlos V y continuó luego con Felipe II, quien por una Real Cédula del 25 de agosto de 1563, le fijó un sueldo de cuatrocientos ducados con la obligación de residir en la corte y con la autorización expresa de poder vivir en Toledo.
Arquitecto hidráulico, matemático y artista, fue famoso en su tiempo por sus conocimientos de mecánica. Había tardado veinte años en construir un reloj para Carlos V, que además de marcar las horas y los minutos, señalaba el curso del sol y de la luna, y de los demás planetas con la aparición correspondiente de los signos del Zodíaco y de algunas estrellas fijas.
Construyó acequias, molinos e ingenios hidráulicos. En 1568 terminó su famoso "artilugio" para cuya construcción había firmado un contrato con la ciudad por el cual ésta se obligaba a pagarle, en una vez, ocho mil ducados de oro a más de una renta vitalicia de otros mil novecientos y hasta se dice que se dio mañas para construir un "robot" que dio el nombre de "calle del hombre de palo "a una de la ciudad de Toledo, donde Juanelo murió el 13 de junio de 1575.
El otro italiano, cosmógrafo y matemático célebre, fue Juan Bautista Gessio.
Vivió en Sevilla, viajó varias veces a las Indias Occidentales y, entre otros trabajos, dedicó al Rey de España, en 1579, un "Parecer" sobre "la justificación del Estrecho de Magallanes con advertencias convenientes a aquella navegación".
Estaba al servicio de don Sebastián, Rey de Portugal, cuando llegó a Lisboa, como embajador de Felipe II, Don Juan de Borja "por las cosas de la demarcación". En esta ocasión descubrió el embajador de España que Gessio era "hábil en la geografía y en hacer mapas y de que podía ser útil a su rey, por lo cual no tardó en escribir a don Juan Ovando, que presidía el Consejo de Indias, solicitándole autorización para tratar de convencer a Gessio sobre la conveniencia de abandonar la corte lusitana y ponerse al servicio del Rey de España".
Ovando, de inmediato autorizó esa gestión y Gessio, sin demora, se puso en camino con tal mala suerte que, advertido don Sebastián de semejante deserción, le mandó prender y traerle de nuevo a su corte cargado de grillos, donde permaneció preso durante dos años hasta que logró su libertad bajo muy serias amenazas que no surtieron efecto, pues, Juan Bautista Gessio terminó en España al servicio de Felipe II utilizando, en favor de su nuevo Señor, todos los secretos portugueses sobre sus navegaciones y sus dominios, y revelándole las informaciones que sigilosamente guardaban los mapas y las cartas de marear en los archivos secretos de Portugal.
Y un día en aquella corte de Felipe II con sus astrólogos, matemáticos y cartógrafos eminentes, que meditaban y divagaban sobre mapas y cartas de marear y ruteros a las Indias de occidente, se anuncia la muerte de Ovando, Presidente del Consejo de Indias, y la almoneda de sus bienes, entre los cuales, Juan Bautista Gessio, descubre un mapa del Río de la Plata codiciado siempre por la corte de Portugal.
Sin pérdida de tiempo, escribe Gessio, en italiano una carta, sugiriendo a Felipe lila conveniencia de adquirirlo: "un mapa grande, antico, lice, di pergamena iluminato fato di mano di Sebastiano Gaboto, Piloto Maggior". Y luego agrega: "Altre l'esser bello e curioso, sará, necessario sí conserva questa antichita". termina: "V. Mat. ordine quello glí sará pió servicio é fuerte quanti piú umildemente et reverentemente posso gli bacio i piedi".
Es este el famoso Mapa de Caboto que hasta ahora se conserva divulgado en tantas publicaciones de historia y geografía.
Sin embargo, Caboto no tuvo tiempo, espacio y calma para trazarlo "bello e curioso", en un gran "pergamena iluminato", como decía Juan Bautista Gessio a Felipe II.
No pudo hacerlo en los días inquietos y agónicos de Sancti Spíritu entre las asechanzas de los indios y las agrias pretensiones y disputas de Diego García, con quien imprevistamente se topara en el Paraná; ni menos en los días aciagos de la Península, mientras le urgían y acuciaban el Consejo de Indias por el descalabro de la expedición y le embestían los armadores y los tripulantes, y las viudas y los huérfanos de los que dejaron los huesos en aquel lejano y malhadado Río de la Plata, llevándole a la crujía y laberinto de la justicia, en un remolino de pleitos con sus demandas, interrogatorios, peticiones y alegatos, en el apremiante reclamo de caudales y de vidas perdidas.
Y entre toda esa balumba de papeles de actuación el malaventurado Caboto acabó en prisión que, aunque en la Corte, sufrió el baldón del presidio.
En la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, entre la "Colección Muñoz, en el tomo 79, se encuentra copiado el párrafo de una carta de 1531 que dice textualmente "Sebastián Caboto, no murió;. está preso aquí por delito que se le acusa de su viaje".
Y al margen esta especie de escolio del mismo Muñoz: "Caboto fue preso a pedimento de algunos parientes de personas que dicen que es culpado en sus muertes; y por otros que desterró también a pedimento del Fiscal por no haber guardado las instrucciones. Tiene la Corte por cárcel con fianzas".
Las instrucciones que debía cumplir Caboto, le mandaban seguir la derrota a descubrir Ofis y Cipango o ir directamente a cargar de especiería al Molucos; y uno de los destierros de que le acusan es el del Capitán de la nave Trinidad, Francisco de Roxas, a quien se dice que dejó en la Bahía de los Patos por esclavo de un indio principal.
Quizás, en ese mapa rescatado por la inteligencia. y solicitud de Juan Bautista Gessio, uno de los cosmógrafos y matemáticos del tiempo de Felipe II, no sólo hayan quedado observaciones, sino la mano de aquel joven cosmógrafo Alonso de Santa Cruz que asistió junto a Caboto al desastre de Sancti Spíritu y quien lo había dejado, lógicamente en poder de Ovando, desglosándose de tanta "cosa de geografía", como dice el famoso inventario del que fue rescatado antes de que desapareciera para siempre, en una almoneda judicial.
De ahí que la Geografía fuera una de las disciplinas que ocuparan preferentemente la atención y el apoyo de los gobiernos de España y Portugal.
Se atribuye el origen de la grandiosa Biblioteca del Escorial a un "Memorial presentado a Felipe II por el doctor Juan Páez, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, bajo la signatura M.S.S. 5731.
Según este proyecto, la segunda sala de la Biblioteca estaría destinada conservar las cartas de marear y la "cosmografía de todo lo que hasta hoy se sabe del mundo hecho con mucha diligencia" y, principalmente, agrega el memorial todo lo relacionado con las Indias Occidentales.
Además, se colocarían en esta sala, "globos de diversas grandezas con sus aparejos así para el cielo como para la tierra"; las cartas de las ciudades y las "Pinturas" de las regiones más famosas del mundo, los instrumentos de "astrología" y Matemáticas, los relojes y esos "espejos de extraños efectos que es una principal parte de la perspectiva", y entre los retratos de hombres eminentes vinculados con esta ciencia, se colocarían los de Arquimides, Ptolomeo y Aristóteles con los de Colón, Hernán Cortés y Magallanes.
Uno de los hombres más importantes de esta época fue, sin duda, Juan López de Velasco humanista erudito, conocedor del griego y el latín y el árabe; matemático, astrónomo y cosmógrafo, "gran trabajador por amor a la ciencia", dice uno de sus biógrafos, y presidente de las comisiones de matemáticos y cosmógrafos ordenadas por el rey, que ponían los ojos en las estrellas del cielo para medir y señorear la tierra.
Castellano viejo, había nacido en Soria y cursado sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, donde fue condiscípulo de otros tantos insignes eruditos que brillaron en la época de Felipe II, como Arias Montano, que intervino nada menos que en la edición de la Biblia Complutense o Biblia políglota en hebreo, griego, caldeo y latín que mandara editar el Cardenal Cisneros.
Su erudición, sus viajes y su directo conocimiento del Nuevo Mundo fueron especialmente los motivos por el cual el Consejo de Indias le encomendó la recopilación ordenación de las Leyes de Indias y a quien, en 1571 Felipe II designara Cronista y Cosmógrafo Mayor de Indias, con la obligación de hacer las Tablas de Cosmografía, de observar los eclipses del sol y de la luna, escribir la Historia General del Nuevo Mundo y recopilar las derrotas para la navegación.
Las "Instrucciones" de López de Velasco para la observación en los dominios de España, del eclipse de luna en 1580, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Madrid bajo la signatura M.S. 3.635, en el folio 40, con su firma autógrafa y fechadas en Madrid el 7 de agosto de ese mismo año. Felipe II le mandó pág. ochenta y ocho reales que había gastado en cuatro resmas de papel para imprimirlas.
Fue López de Velasco quien exhumó y adquirió en Cuenca un manuscrito las Etimologías de San Isidoro, que Felipe II mandó publicar, encomendado esta misión a Alvar Gómez. Murió López de Velasco siendo Secretario de Hacienda del Rey Felipe, el 3 de mayo de 1598, en cuyas funciones, y por mandato real, se había abocado a la investigación del problema de la carestía de la vida.
Felipe II, quien había depositado en él toda su confianza, le había designado como sucesor de Pedro de Esquivel en el cargo de Secretario Real, "para llevar a cargo aquellos grandes pensamientos que abrazaban a un tiempo las cuestiones científicas y administrativas" como dice Felipe Picatoste y Rodríguez en su obra "Apuntes para una Biblioteca Científica Española del siglo XVI" publicada en Madrid en 1891.
Pedro de Esquivel había nacido en Alcalá de Henares, en cuya Universidad estudió Filosofía, Teología y Matemáticas, cátedra que ocupó luego de egresado.
"Felipe II que lo trataba con alguna intimidad, dice el mismo Picatoste y Rodríguez, consultó seguramente con él su doble proyecto estadístico y científico de la descripción general de España deseando poner la Geografía a la altura que debía tener después del descubrimiento real Nuevo Mundo".
Fue Esquivel quien por primera vez aplicó la triangulación en las medidas geodésicas y para determinar los puntos principales de la Península, pero murió antes de ver terminado el mapa proyectado.
Contemporáneos de estos dos eminentes cosmógrafos y matemáticos españoles, fueron dos italianos de singular interés por sus vidas y sus obras, Juan Turriano y Juan Bautista Gessio.
Juanelo Turriani, más conocido simplemente como Juanelo, fue autor del artefacto hidráulico destinado a proveer de agua potable a la ciudad de Toledo "el artilugio de Juanelo" que aparece en un cuadro del Greco.
Juanelo nació a fines del siglo XV en los comienzos del XVI, en Italia, en la ciudad de Cremona, y en 1529 entró al servicio del Emperador Carlos V y continuó luego con Felipe II, quien por una Real Cédula del 25 de agosto de 1563, le fijó un sueldo de cuatrocientos ducados con la obligación de residir en la corte y con la autorización expresa de poder vivir en Toledo.
Arquitecto hidráulico, matemático y artista, fue famoso en su tiempo por sus conocimientos de mecánica. Había tardado veinte años en construir un reloj para Carlos V, que además de marcar las horas y los minutos, señalaba el curso del sol y de la luna, y de los demás planetas con la aparición correspondiente de los signos del Zodíaco y de algunas estrellas fijas.
Construyó acequias, molinos e ingenios hidráulicos. En 1568 terminó su famoso "artilugio" para cuya construcción había firmado un contrato con la ciudad por el cual ésta se obligaba a pagarle, en una vez, ocho mil ducados de oro a más de una renta vitalicia de otros mil novecientos y hasta se dice que se dio mañas para construir un "robot" que dio el nombre de "calle del hombre de palo "a una de la ciudad de Toledo, donde Juanelo murió el 13 de junio de 1575.
El otro italiano, cosmógrafo y matemático célebre, fue Juan Bautista Gessio.
Vivió en Sevilla, viajó varias veces a las Indias Occidentales y, entre otros trabajos, dedicó al Rey de España, en 1579, un "Parecer" sobre "la justificación del Estrecho de Magallanes con advertencias convenientes a aquella navegación".
Estaba al servicio de don Sebastián, Rey de Portugal, cuando llegó a Lisboa, como embajador de Felipe II, Don Juan de Borja "por las cosas de la demarcación". En esta ocasión descubrió el embajador de España que Gessio era "hábil en la geografía y en hacer mapas y de que podía ser útil a su rey, por lo cual no tardó en escribir a don Juan Ovando, que presidía el Consejo de Indias, solicitándole autorización para tratar de convencer a Gessio sobre la conveniencia de abandonar la corte lusitana y ponerse al servicio del Rey de España".
Ovando, de inmediato autorizó esa gestión y Gessio, sin demora, se puso en camino con tal mala suerte que, advertido don Sebastián de semejante deserción, le mandó prender y traerle de nuevo a su corte cargado de grillos, donde permaneció preso durante dos años hasta que logró su libertad bajo muy serias amenazas que no surtieron efecto, pues, Juan Bautista Gessio terminó en España al servicio de Felipe II utilizando, en favor de su nuevo Señor, todos los secretos portugueses sobre sus navegaciones y sus dominios, y revelándole las informaciones que sigilosamente guardaban los mapas y las cartas de marear en los archivos secretos de Portugal.
Y un día en aquella corte de Felipe II con sus astrólogos, matemáticos y cartógrafos eminentes, que meditaban y divagaban sobre mapas y cartas de marear y ruteros a las Indias de occidente, se anuncia la muerte de Ovando, Presidente del Consejo de Indias, y la almoneda de sus bienes, entre los cuales, Juan Bautista Gessio, descubre un mapa del Río de la Plata codiciado siempre por la corte de Portugal.
Sin pérdida de tiempo, escribe Gessio, en italiano una carta, sugiriendo a Felipe lila conveniencia de adquirirlo: "un mapa grande, antico, lice, di pergamena iluminato fato di mano di Sebastiano Gaboto, Piloto Maggior". Y luego agrega: "Altre l'esser bello e curioso, sará, necessario sí conserva questa antichita". termina: "V. Mat. ordine quello glí sará pió servicio é fuerte quanti piú umildemente et reverentemente posso gli bacio i piedi".
Es este el famoso Mapa de Caboto que hasta ahora se conserva divulgado en tantas publicaciones de historia y geografía.
Sin embargo, Caboto no tuvo tiempo, espacio y calma para trazarlo "bello e curioso", en un gran "pergamena iluminato", como decía Juan Bautista Gessio a Felipe II.
No pudo hacerlo en los días inquietos y agónicos de Sancti Spíritu entre las asechanzas de los indios y las agrias pretensiones y disputas de Diego García, con quien imprevistamente se topara en el Paraná; ni menos en los días aciagos de la Península, mientras le urgían y acuciaban el Consejo de Indias por el descalabro de la expedición y le embestían los armadores y los tripulantes, y las viudas y los huérfanos de los que dejaron los huesos en aquel lejano y malhadado Río de la Plata, llevándole a la crujía y laberinto de la justicia, en un remolino de pleitos con sus demandas, interrogatorios, peticiones y alegatos, en el apremiante reclamo de caudales y de vidas perdidas.
Y entre toda esa balumba de papeles de actuación el malaventurado Caboto acabó en prisión que, aunque en la Corte, sufrió el baldón del presidio.
En la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, entre la "Colección Muñoz, en el tomo 79, se encuentra copiado el párrafo de una carta de 1531 que dice textualmente "Sebastián Caboto, no murió;. está preso aquí por delito que se le acusa de su viaje".
Y al margen esta especie de escolio del mismo Muñoz: "Caboto fue preso a pedimento de algunos parientes de personas que dicen que es culpado en sus muertes; y por otros que desterró también a pedimento del Fiscal por no haber guardado las instrucciones. Tiene la Corte por cárcel con fianzas".
Las instrucciones que debía cumplir Caboto, le mandaban seguir la derrota a descubrir Ofis y Cipango o ir directamente a cargar de especiería al Molucos; y uno de los destierros de que le acusan es el del Capitán de la nave Trinidad, Francisco de Roxas, a quien se dice que dejó en la Bahía de los Patos por esclavo de un indio principal.
Quizás, en ese mapa rescatado por la inteligencia. y solicitud de Juan Bautista Gessio, uno de los cosmógrafos y matemáticos del tiempo de Felipe II, no sólo hayan quedado observaciones, sino la mano de aquel joven cosmógrafo Alonso de Santa Cruz que asistió junto a Caboto al desastre de Sancti Spíritu y quien lo había dejado, lógicamente en poder de Ovando, desglosándose de tanta "cosa de geografía", como dice el famoso inventario del que fue rescatado antes de que desapareciera para siempre, en una almoneda judicial.
Fuente: La Capital marzo/1978
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